La matanza de Texas resucita el eterno debate sobre las armas
Conmoción por la masacre de 19 niños y dos profesores Solo el 52% de estadounidenses apoya un control armamentístico
Se acumula el horror. Retornan el dolor indescriptible y las reacciones tan llenas de rabia como de urgencia. Se alteran las listas que con frialdad matemática reducen las peores tragedias a un mero recuento numérico. Nada cambia.
El triste ritual habitual en Estados Unidos, un país carcomido por la violencia de armas de fuego, ha resucitado tras la matanza el martes en una escuela de primaria de Uvalde, Texas, donde un joven de 18 años recién cumplidos que compró hace unos días dos rifles de asalto segó la vida de 19 niños y dos profesoras en una pequeña comunidad de 16.000 habitantes de población mayoritariamente hispana y bajos ingresos.
Casi diez años después de otra masacre escolar en la escuela de Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, donde entre los 26 muertos hubo 20 niños de 6 y 7 años, y cuatro después de la del instituto de Parkland donde fueron acribillados 14 estudiantes y tres adultos, vuelven la conmoción y preguntas que no tienen respuesta. Resucita un debate enquistado. Y de nuevo se vive con la casi total certeza de que, esta vez, otra vez, nada será tampoco diferente.
De hecho, gracias a una inminente decisión del Tribunal Supremo, puede que vaya a peor. Porque 14 años después de que la corte reconociera como individual el derecho a tener armas que aparece en la Segunda Enmienda con una referencia a «una milicia bien regulada», se espera que la mayoría conservadora reduzca la autoridad de los pocos estados que aún limitan el llevar esas armas en público.
«¿Por qué estamos dispuestos a vivir con esta carnicería?» planteaba el martes el presidente de EEUU, Joe Biden, en un breve discurso a la nación mientras en Uvalde los cuerpos de los niños seguían en el suelo de la escuela y muchas familias esperaban a que les dieran noticias. La suya era una intervención en la que, como millones de sus conciudadanos, el demócrata se mostraba «harto». También una en la que urgía a «hacer frente» a la industria de las armas y su poderoso lobi, reclamaba acción del Congreso para aprobar «leyes de sentido común de control de armas» y señalaba, aunque sin citarlos expresamente, a los republicanos que «obstruyen, retrasan o bloquean» esa legislación.
Eran palabras contundentes, posiblemente necesarias, pero tanto Biden como los demócratas son conscientes de que se disuelven bajo el peso de la realidad social y política. Las acciones ejecutivas que puede tomar el presidente, como se comprobó con las 23 que aprobó Barack Obama tras Newtown, tienen efecto limitado.
En un país cada vez más radicalmente polarizado, ya solo el 52% de los estadounidenses según un sondeo de Gallup defienden el control de armas, frente al 67% que lo hacía en 2018. Y, con 50 escaños en un Senado donde se necesitan 60 votos para aprobar legislación y donde al menos dos senadores de su propio partido (Joe Manchin y Kyrsten Sinema) se oponen a acabar con la práctica del filibusterismo y dar así vía libre a aprobaciones por mayoría simple, las iniciativas legislativas federales que impulsan los demócratas no tienen ningún futuro.
De hecho, el líder de la mayoría en la Cámara Alta, Chuck Schumer, anunció ayer que no someterá a votación dos propuestas de ley, que la formación consiguió sacar adelante en la Cámara Baja, que darían el mínimo paso de ampliar los controles de historial de quienes busquen comprar armas. Ni siquiera se busca ya que se retraten los republicanos oponiéndose a las medidas. «Lamentablemente este no es un caso en que los estadouni