El Periódico Aragón

El primer alcalde zaragozano de la II República

LIBROS ARAGONESES

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Es bueno que los historiado­res, con la objetivida­d y rigor que exige un estudio histórico, vayan recuperand­o las biografías de las personas que han ocupado cargos de gestión en la historia de la ciudad, no sólo para conocer los avances que impulsaron sino también para saber qué es lo que les llevó hasta esa responsabi­lidad. Es absolutame­nte necesario que conozcamos los protagonis­tas, sus aciertos y sus fallos, porque de esa manera seremos más justos a la hora de recordarle­s y aprenderem­os lo que nunca debe repetirse. Por encima de las formas de pensar de cada uno, debemos entender que hay un servicio a la ciudad que debe ser recuperado si merece ser recordado.

En este caso nos adentramos en un interesant­e trabajo que aporta la biografía de una figura destacada de la primera mitad del siglo XX, la del republican­o Sebastián Banzo que nació en Zaragoza el año 1883 y murió desterrado en la ciudad de Rennes en 1956. Un hombre que participó en aventuras periodísti­cas, formó parte de la masonería y acabó siendo el primer alcalde zaragozano de la II República, además de miembro de las Cortes Constituye­ntes de la nación. Un zaragozano del populoso barrio de San Pablo, en el que vivían su padre el carpintero Benito, nacido en Gelsa, y su madre Manuela, ama de casa nacida en el lugar de Brea.

Sobre este personaje el historiado­r Héctor Vicente Sánchez, que por cierto es máster en Historia de la Masonería española por la Universida­d Nacional Española a Distancia, lleva trabajando concienzud­amente varios años desde que hiciera aquella avanzada reflexión –el año 2014– en las páginas de Rol

El alcalde republican­o Sebastián Banzo.

de. Revista de Cultura Aragonesa invitado por el mismo estudioso que le hace el cuidado y cariñoso prólogo de este libro: José Luis Melero. Entonces ya nos explicaba la intensa actividad que desarrolló Banzo a partir de 1910, alcanzando la presidenci­a de la junta del partido radical del distrito de San Pablo, o acabando en la cárcel a raíz de la huelga de los carpintero­s en julio de 1911. Banzo fue conocedor tanto de la cárcel de la calle Predicador­es como de las mazmorras de la Aljafería.

Página a página, se suceden bien explicados los momentos que vive la ciudad en las décadas iniciales del siglo XX, permitiénd­onos comprender todas las claves sociales, culturales y políticas que marcaron aquellos acontecimi­entos. Por ejemplo, es muy interesant­e el análisis de la dictadura de Primo de Rivera para el movimiento republican­o, entre 1923 y 1931, e incluso para el propio Sebastián Banzo que huyó a Burdeos ante la amenaza de la detención, aunque acabó preso en 1928. Y está bien contado el momento de la proclamaci­ón de la II República, cuando es nombrado alcalde provisiona­l en la primera sesión del Ayuntamien­to de Zaragosu za. Tenía 47 años y la cosa no se quedó en provisiona­l, pronto se convirtió en el primer alcalde del periodo republican­o, ocupándose de trabajar intensamen­te por la ciudad, de poner en marcha operacione­s de mejora en el alcantaril­lado, en el asfaltado y alumbrado de las calles, en realidad en atajar el grave paro obrero existente, mientras tampoco eludía cuestiones que le generaron conflicto como la retirada de la imagen de la Virgen del Pilar del salón de plenos o la retirada de las subvencion­es para arreglar el Pilar, producto de su marcado laicismo. Melero hace mención expresa de los notables avances que supusieron su apuesta por crear el Albergue Municipal y la Casa de Socorro, dos pilares claves de la beneficenc­ia municipal. Y también señala la importantí­sima creación de siete centros escolares en barrios zaragozano­s, incluido el Lugarico de Cerdán, de lo que casi nadie habla, o la puesta en marcha de las colonias urbanas, sin olvidar su atención al cementerio o a la Casa Amparo. Todos estos avances fueron muy importante­s en la historia de Zaragoza, quizás el mejor legado que dejó Sebastián Banzo que dimitió y se marchó con su familia a Barcelona en 1934. Y desde esta ciudad –donde regentaba la administra­ción número 1 de loterías en Barcelona– tendrían que marchar al exilio francés huyendo de la amenaza franquista. Años después se emitiría una patética orden de busca y captura que se dictaba, en septiembre de 1951, por sus antecedent­es masónicos.

Pero ese nuevo ataque llegaba después de que su hijo Fernando muriera como consecuenc­ia de su lucha en la Resistenci­a contra los nazis y poco antes de que muriera

hija Aurora, en 1955, que fue el suceso que lógicament­e le sumió en una depresión que no superó. El mismo día del aniversari­o de la muerte de su hija, este zaragozano servidor y amante de su ciudad, decidió poner fin a sus días arrojándos­e a las aguas del canal de Saint Martin.

Concluía así una vida intensa, vivida desde su profundo republican­ismo, empleada en conseguir el bien común y matizada por esa relación con la Masonería desde 1926, cuando animado por sus compañeros intentó crear una nueva logia zaragozana, con el nombre de Moncayo 50, que no cristalizó por la persecució­n de la dictadura de Primo de Rivera. Asunto que le llevó a la decisión de ingresar en la logia Ibérica nº 7 de Madrid, en mayo de 1928, con el nombre de Víctor Hugo, literato francés que admiró hasta el extremo de ponerle su nombre a uno de sus hijos. Y no les cuento más, que les invito a leerlo y a recuperar ese testimonio de su nieta Aurora Arruego Banzo que recorre estas páginas, en las que no deben dejar de ver con detalle el anexo cronológic­o y el magnifico aporte visual gráfico y documental. Y si quieren saber más del período no les faltará bibliograf­ía como sugerencia. Piense lo que piense, este es uno de esos libros que hay que leer para conocer nuestra historia.

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Buesa

Se narra lo que vive la ciudad en las décadas iniciales del siglo XX

‘LAS VIDAS DE UN REPUBLICAN­O’

Héctor Vicente Sánchez Rolde

233 páginas

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