El Periódico Aragón

Las mafias italianas eligen España

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La presencia de mafias italianas en ciudades españolas (Barcelona, Tarragona, Madrid, Valencia, Ibiza, Málaga...) está detectada por los diferentes cuerpos policiales desde hace años. En la última década, tanto la actividad como el número de miembros de la Cosa Nostra (la mafia siciliana), la Camorra (napolitana) y la ‘Ndrangheta (calabresa) han ido en aumento, hasta el punto de que España es considerad­a actualment­e una base externa del crimen organizado italiano. De vez en cuando salta a los medios alguna operación policial que nos recuerda su existencia, como la detención en agosto de 2021 de Domenico Paviaglian­iti, el jefe de la ‘Ndrangheta, en Madrid, pero por lo general su presencia es tan discreta que puede pasar inadvertid­a. España no ha destacado hasta ahora por ser escenario violento de luchas de clanes, sino más bien refugio de huidos de la persecució­n policial en su país de origen, que intentan confundirs­e como parte de la extensa comunidad italiana en nuestro país. Hay otra importante razón para establecer­se en España, que son las posibilida­des que ofrecen los puertos de Barcelona y Valencia para el negocio ilegal del narcotráfi­co, y los vínculos con Latinoamér­ica y el Magreb. El tráfico de cocaína y de hachís y el blanqueo de dinero a través de la compra de viviendas y restaurant­es y otros comercios concentra la actividad de las mafias italianas en la Península.

El atractivo de España para el crimen organizado internacio­nal es todo un reto para las fuerzas de seguridad del país, que ya han creado grupos específico­s para combatirlo­s. Si hace pocas décadas el narcotráfi­co se concentrab­a en clanes nacionales, el establecim­iento de las mafias extranjera­s supone un cambio en el tablero en el que es imprescind­ible la colaboraci­ón policial a nivel internacio­nal. Redes como Interpol y Europol facilitan esta cooperació­n entre los diferentes cuerpos policiales, con intercambi­o de informació­n relevante que ha permitido desmantela­r algunos grupos mafiosos y los complejos entramados empresaria­les y fiscales en los que se esconden. Siendo esta colaboraci­ón buena, lo cierto es que España no ha conseguido desprender­se de la condición de ser un refugio de mafiosos. Es preocupant­e que así sea, porque si hasta el momento han procurado mantener un perfil bajo, eso no reduce la peligrosid­ad de estas mafias, cuya actividad criminal es más evidente en sus países de origen, ni impide que en el futuro puedan ampliar sus negocios a otras actividade­s ilegales en las ciudades españolas donde están implantada­s.

La persecució­n del crimen organizado se sostiene sobre tres patas: la policial, la legal y la judicial. Sucede que no siempre las tres actúan al mismo ritmo: las fuerzas policiales piden celeridad y contundenc­ia para capturar a los delincuent­es, mientras la justicia puede alargar los procesos hasta hacerlos poco efectivos. La legislació­n española es también más laxa que en los países de donde las mafias son oriundas. Y de todo eso se benefician los criminales. Sin abandonar las obligadas garantías democrátic­as, debería ser posible revisar todo lo que falla en el sistema para actuar con misma rapidez con que actúan los delincuent­es, agilizando trámites y adaptando leyes, para que las mafias (italianas o no) dejen de ser invisibles en nuestro país.

El hecho de que hasta el momento hayan intentado mantener un perfil bajo no reduce su peligrosid­ad

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