El Periódico Aragón

En el nombre del rey

- Ángela Labordeta PERIODISTA Y ESCRITORA

Suenan de nuevo los clarines que avecinan una no bienvenida y es que nadie sabe muy bien cómo tratar o destratar al emérito que anuncia de nuevo su regreso a España, quizá esta vez con la intención de quedarse y encontrar en suelo patrio un soñado descanso. La historia vital del rey Juan Carlos I tiene todos los ingredient­es que precisa un buen culebrón: desde la muerte del hermano como consecuenc­ia de un tiro accidental siendo ambos unos niños, hasta esa colección de amantes que los propios servicios de inteligenc­ia conocían y pagaban con el objetivo de mantener todo dentro del orden real que precisaba una democracia tan joven e inexperta como era en los años ochenta la democracia en España.

Han pasado unos cuantas décadas de todo eso y nadie duda ahora del papel del rey emérito, ejemplar en cuestiones políticas de trascenden­cia para el país e inmensamen­te poco ejemplar en la relación con la propia sociedad española a la que despreció engañando y pensándose realmente por encima de esos a los que considerab­a súbitos y no iguales.

No sé –depende de los medios de comunicaci­ón y de si realmente hay un interés por la figura del Juan Carlos I– si se volverá a producir el mismo desaire y falta de cordura que en su último viaje al municipio gallego de Sanxenxo, donde vimos a un señor mayor y profundame­nte maleducado en estos tiempos que poco tienen que ver con aquellos en los que fue coronado tras la muerte de un dictador que había hecho de él su heredero final.

Una siempre piensa que a nuestro lado residen personas que nos aman y respetan y nos aconsejan para que nuestros pasos no sean los peores, sino una sucesión de acordes afinados en una vida que resulta generalmen­te desafinada. Ojalá el emérito contara con alguien así a su lado, porque realmente sus disculpas cuando regresó de Botsuana fueron insultante­s, como lo fueron sus declaracio­nes cuando decidió regresar a España de forma unilateral para participar en una regata y así de alguna forma lanzar un órdago al que es su hijo y ahora rey de España.

Resulta difícil intentar pensar como piensan los otros y resulta desalentad­or ver cómo un mundo de mentiras traspasa los corazones reales para permitir que sigan siendo reales, a pesar de no tener nada que ver con lo que un día fueron. Quizá porque nunca fueron esa persona y sí esa otra que atesoraba riquezas y favores sin preguntars­e ni querer saber, como quien dispara por azar y con los ojos cerrados. =

La historia vital del rey Juan Carlos I tiene todos los ingredient­es que precisa un culebrón

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