La ola de La Romareda y el carpe diem de la afición
El sábado pasado contra el Racing de Santander, con el partido perfectamente encauzado hacia una placentera goleada frente a un rival que disputó 70 minutos con nueve futbolistas, La Romareda hizo la ola para celebrar el buen trabajo del Real Zaragoza, la confirmación del crecimiento del equipo, los goles, que siempre son amores, y por supuesto la victoria, que ahuyentó cualquier miedo de modo definitivo y abrió la puerta hacia un final de Liga cómodo y quién sabe si algo más.
Si pasáramos el triunfo frente al Racing por el tamiz de la historia, su valor resultaría absolutamente insignificante: el equipo está en Segunda, cumple su décima temporada consecutiva fuera de la élite, y los tres puntos sirvieron solamente para sumar 47 en 36 jornadas y aposentarse en el décimo puesto, lejos de los mejores. Observado desde ese prisma, ciertamente habría poco que festejar.
Pero esto que vivimos peligrosamente no es 1986 ni 1994 ni 1995 ni 2004. Es 2023 y la realidad del club nada tiene que ver con cualquier momento de gloria pasado ni con prácticamente nada
de lo que esta institución fue en sus épocas más pujantes, esas que cualquiera que tuviera la fortuna de disfrutarlas conservará ad aeternum en su memoria.
La idiosincrasia de la afición también es distinta. La ola de La Romareda contra el Racing fue una vía de escape. Ante el más pequeño de los motivos, y un 4-1 es algo inhabitual por estos lares ahora mismo, la grada se sube rápidamente al carro de la alegría, más todavía después de otra temporada con tantas tristezas y decepciones. Y muestra su felicidad. Y lo celebra. Y lo exterioriza. Simplemente tratando de disfrutar el momento, intentando saborear el pequeño placer que le está proporcionando su equipo. Un inocente y espontáneo carpe diem.
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