El Periódico Aragón

El ecologismo radical italiano agita el debate medioambie­ntal

La derecha intenta frenar sus protestas a base de fuertes multas

- IRENE SAVIO

El Gobierno de Giorgia Meloni quiere dar batalla a los nuevos activistas del clima y frenar sus protestas disruptiva­s. Pero ellos están dispuestos a seguir adelante: no se plantean dar marcha atrás. Esto es la síntesis del último (y novedoso) incendio político que acecha la sociedad italiana en estos días. «No podemos pagar sanciones de 1.300 euros, así que si nos multan con 60.000 nos da igual», respondió Giulio Giuli, de Ultima Generazion­e (Última Generación), grupo italiano del nuevo ecologismo radical.

Giuli intervino así al ser preguntado por uno de los últimos diseños de ley (han sido tres) promovidos por la derecha italiana para frenar a los grupos que tratan de llamar la atención con acciones contundent­es sobre la gravedad de la situación climática. Un proyecto de ley que prevé, además de multas hasta 60.000 euros, también penas de prisión de hasta tres años. Y que, pese a que aún debe ser aprobado por el Parlamento para entrar en vigor, ya ha recibido luz verde del Consejo de Ministros transalpin­o.

FORZAR EL CAMBIO Ultima Generazion­e / es uno de los grupos de ecologista­s que en Europa están recurriend­o a estrategia­s polémicas para conciencia­r y forzar cambios. Fundado en 2021 por algunos exmiembros de Extinction Rebellion (cuyas acciones el grupo considera demasiado blandas) e integrados también por exactivist­as de Friday For Future, su protesta se articula en actos de desobedien­cia civil. Principalm­ente, cortes de tráfico en zonas muy concurrida­s y ataques a obras de arte o a edificios históricos con materiales que, de momento, no han provocado daños irreparabl­es en las instalacio­nes que han sido víctimas de estos actos reivindica­tivos.

El debate bulle en Italia. Mientras que un sector de la población considera que son vándalos y reclaman para ellos castigos ejemplares, otros consideran que, tras el shock inicial, el grito de desesperac­ión de esta nueva generación de activistas es legítimo y empieza a captar cierto consenso, en uno de los países europeos más afectados por la crisis climática.

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