El voto del ‘cisine’
Somos más de anhelar que de reclamar. Nos cuesta transformar la reivindicación en iniciativa
Nos quejamos de estar satisfechos porque el empacho de felicidad no permite disfrutar de la vida. Al finalizar cada jornada suspiramos por nuestro bienestar, ya que cada día es un lamento del tiempo. Somos más de anhelar que de reclamar. Nos cuesta transformar la reivindicación en iniciativa. Compartimos angustias en las esperas médicas, y miradas de maldad en el transporte público. Nos gusta más dar el paso siguiente al anterior, que el primero para que los demás nos sigan. Sin embargo, en la soledad de nuestro pensamiento, estamos bien. Lo decimos por cumplir, pero respondemos con intención de asentir. Siempre hay alguien que se divierte mejor y que sufre peor, pero nos encontramos más a gusto de lo que les parece a los demás. El resto piensa lo mismo de nosotros.
Ahora bien, si estamos a gusto con la vida, y ésta parece que se encuentra cómoda con nosotros ¿cómo lo sabemos y medimos? A los muy psicólogos, como a los muy cafeteros, nos encanta aplicar la ciencia a la consciencia. Sólo existe lo que se puede cuantificar, y las sensaciones no deben relegarse a una pregunta interminable del periodismo deportivo. Sabemos que el dinero no hace la felicidad, aunque ésta se lleva muy bien con una economía obesa en la cuenta corriente y obsesa de narcisismo. La salud, el tiempo de ocio y las ganas de poder hacer lo que nos da la gana, son elementos que contribuyen al bienestar propio y a la envidia ajena.
Un psicólogo sin test es como un pez sin bicicleta. Por eso mis compañeros de profesión han diseñado un instrumento para saber lo agustín que estamos. Llamarlo felicidad es presuntuoso y, además, no deja de ser un concepto que compete a la filosofía. El índice Pemperton, que desarrollaron dos colegas españoles (Hervás y Vázquez), aborda el bienestar desde el punto de vista personal y social, tanto en relación a las experiencias vividas como a las recordadas. Como leen, estamos analizando la repercusión más importante que percibimos, como humanos, de todo lo que nos rodea.
Es sorprendente la tensión y la atensión que concitan los sondeos de voto que se publican estos días. No es casualidad que estemos en plenas fiestas de la Floralia romana. Esta celebración comenzó en el siglo II e.c. (era común). Lo que empezó como orgías de sensualidad para las lenguas plebeyas, terminó como festivales de poesía para las lenguas cultas. Por algo sería. Aunque para fiestas florales, las encuestas electorales.
Hay candidatos con pesadillas que confunden la guillotina de su papeleta en la imprenta, con la del recuento en las urnas. Otros, se imaginan de procesión hacia la institución y, de repente, se ven como procesionaria de mayorías y defoliadores de confianza.
La ansiedad por anticipar el escrutinio produce estrés y suscita enfrentamientos en torno al mercado democrático y las cocinas estadísticas. Todos miran al dedo demoscópico del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y la respuesta está en la luna del Instituto Nacional de Estadística (INE). Han pasado desapercibidos en los medios los resultados de la madre de todas las encuestas.
La que va a decidir el resultado de las próximas elecciones de mayo y diciembre. Me refiero al estudio que hace regularmente este último organismo sobre las condiciones de vida de los españoles. Les aconsejo a los augures de votos que sean más devotos de este riguroso sondeo. Sus tripas desvelan mucho más que las entrañas de simpatías políticas y liderazgos de confianza. Sus conclusiones son una excelente guía para un programa electoral de éxito y, sus mensajes, sintonizan con la ciudadanía. Les resumo el dato más importante del último estudio publicado: dos de cada tres personas se sintió siempre o casi siempre feliz.
Una sociedad que se siente así, mayoritariamente, demuestra madurez y valora su calidad de vida. Esto es lo que nos enseña el voto del cisine.
Sugiero esta simbiosis en las siglas de ambos organismos, porque una perspectiva conjunta de los estudios que realizan estas instituciones, es más provechosa para los observadores de la realidad que el conocimiento de las tendencias políticas de los ciudadanos. No se preocupen tanto por el voto de los electores, sino por lo que sienten quienes van a votar. Tanto temor a los datos del CIS, y resulta que la estadística verdadera era la de Elena Manzanera. En definitiva, que el problema no es si Tezanos hace de Rasputín, sino saber si estamos
gustirrinín.= a
*Psicólogo y escritor
Hay candidatos con pesadillas que confunden la guillotina de su papeleta en la imprenta, con la del recuento en las urnas
sido espectacular; editores, libreros y autores han acabado muy contentos
Se acaba el mes de abril, el mes en que los libros florecen por mil. Y no es de extrañar, todas las editoriales sacan novedades para el Día del Libro. En marzo estamos los autores corrigiendo galeradas como locos y en abril nos encontramos con nuestros retoños, preciosos y engalanados para el gran Día. Este San Jorge ha sido espectacular; los editores, libreros y autores han acabado muy contentos. Hubo un gran ambiente, muchísimas ventas y un tiempo estupendo. Llevábamos unos años algo gafados con la lluvia, pero este año nos respetó. Bueno, ya lo avisa el refranero: en abril aguas mil. Aunque lo cierto es que este año apenas ha llovido. Con esto del cambio climático, hasta los refranes van a tener que cambiar. El caso es que los autores firmamos un montón (un día es un día) y nuestras muñecas tuvieron mucho trabajo. Firmando, siempre hay alguien que me saca los colores. «Qué mal coges el bolígrafo», me suelen decir los que no me han visto firmar antes. «Ya, desde niño, y nadie ha sido capaz de hacerme cambiar», musito algo avergonzado (aunque en el fondo orgulloso de mi cabezonería). «¿Pero qué me has puesto? Que no entiendo nada», me dicen a veces, leyendo la dedicatoria. Vale, tengo letra de médico. La «m» es una raya larga. La «n» es una raya corta. Y así todo. Cuando dedico los libros, sabedor de que mi letra es ilegible, los firmo con mayúsculas, para que se entienda algo. Bueno, si me da un tirón, siempre puedo firmar con la izquierda, que soy ambidiestro. Me explicaré. Estando en el instituto, me rompí la muñeca derecha y tuve que aprender a escribir con la izquierda. Curiosamente, con la izquierda escribo con letra redonda y se entiende todo. Voy algo más lento, pero me sale una letra digna de la mejor caligrafía. Recuerdo que algunos profesores me decían: «Señor Malo, el examen con la izquierda, por favor».
=
*Escritor y cuentacuentos