La insuficiente cantidad de empleo y el paro consiguiente
de contrato y los salarios constituyen atributos que, en las últimas décadas, y acuñado por organizaciones como la Organización Internacional del Trabajo, se han asociado al denominado trabajo decente, al buen empleo.
Pero hay otra dimensión que, recogiendo esos elementos, enlaza con la estructura del modelo productivo. Y también con el formativo y educativo. Desde hace tiempo presenciamos lo que se conoce por polarización laboral. Pocos buenos empleos y muchos malos empleos, incluso trabajos que no dan para vivir, y una banda muy estrecha de empleos medios. Ese esquema parece describir una buena parte de los mercados de trabajo occidentales, entre ellos el español. Este modelo tiene dos consecuencias graves. La primera de tipo sociopolítico. Para la sociedad significa un estrechamiento de las clases medias que dan sostén y estabilidad social e incentivos para el progreso. Una democracia consolidada exige una clase media numerosa que sólo se puede crear y sostener sobre unos empleos adecuados. La segunda consecuencia es de tipo económico. La polarización laboral debilita el sistema productivo: unos pocos muy buenos empleos y muy buenas empresas y una precarización laboral masiva que no ofrece futuro a la mayoría de los trabajadores. Esto no ayuda a la creación de una organización económica empresarial bien estructurada, con un sector de empresas punteras en el vértice, una amplia franja de empresas medias y una extensa base todavía más amplia de pymes. Un mercado polarizado no facilita la creación de una estructura productiva racional y a su vez esta sistema polarizado agrava los problemas del mercado laboral. Se convierte en un círculo vicioso, se retroalimenta. En estos momentos se puede observar con claridad estos desajustes. Estos días el Euro