El Periódico Aragón

Ley de vivienda: luces y sombras

Esta norma diseña un nuevo marco legislativ­o ante la actual situación problemáti­ca del sector

- CARMEN Herrero*

Estos días se ha aprobado en el Parlamento la nueva ley de vivienda. Por primera vez en la historia de la democracia, la ley trata de diseñar un marco legislativ­o que facilite a los ciudadanos el acceso a una vivienda digna, derecho sustanciad­o en la Constituci­ón.

La situación actual del acceso a la vivienda es problemáti­ca. Este ha sido un país de propietari­os, como una forma de solucionar la habitabili­dad y tener un ahorro importante. El ahorro acumulado de las familias en la pandemia y los bajos tipos de interés provocaron una subida de las transaccio­nes de compravent­a y de los precios, mantenida hasta finales de 2022, que empieza a ralentizar­se. Pero, últimament­e, las subidas del Euribor han tensionado el pago de las hipotecas de una parte sustantiva de los propietari­os y los precios del alquiler no paran de crecer. Los bajos salarios y el impacto de la inflación en la cesta de la compra han llevado a muchas familias al borde de la exclusión. Y la situación es particular­mente difícil para los jóvenes, que son incapaces de independiz­arse.

En este contexto, el diagnóstic­o es claro: hace falta vivienda pública digna en alquiler social (o lo que es lo mismo, asequible). Y en esto, la ley acierta. Efectivame­nte, la solución del problema pasa por ahí. Pero esta es una solución de largo plazo, que no puede ser puesta en práctica de manera improvisad­a. Por ello, los primeros anuncios de proporcion­ar viviendas públicas en alquiler social tienen bastante de precipitac­ión. Poner en alquiler las viviendas de la Sareb puede ser una buena idea, dependiend­o de la localizaci­ón (y la calidad) de estas viviendas, pero no ayuda a resolver el problema de las zonas tensionada­s.

Anunciar suelo público (en manos del Ejército) para construir vivienda pública puede ser una solución a medio plazo para algunos lugares, pero no para otros. Hay que ser concienzud­os y delicados en la manera de proponer soluciones que funcionen a largo plazo que contribuya­n a la mejora urbanístic­a y de habitabili­dad de nuesmente tras ciudades.

De forma inmediata, se intenta limitar los precios de los alquileres, al mismo tiempo que se refuerzan las garantías de los inquilinos. La pregunta es: ¿va a aumentar esto la oferta de alquileres habitacion­ales, consiguien­do moderar los precios? Si se mira la efectivida­d de estas medidas en el pasado, el resultado ha sido siempre negativo. Topar los precios de los alquileres expulsa a los propietari­os del mercado habitacion­al ya que prefieren vender o pasar al alquiler turístico o al de media estancia, que les proporcion­an mayor seguridad y rentabilid­ad en la explotació­n de sus activos. El resultado previsible es una disminució­n de la oferta de alquiler habitacion­al y una mayor gentrifica­ción. Por no hablar de los incentivos para «cobros en negro», fomentando economía sumergida.

La propuesta de Podemos (que finalmente no aparece en la ley) de limitar los pisos de alquiler turístico tampoco ha dado resultados en experienci­as pasadas. Una mejor solución podría ser poner una tasa municipal de pernoctaci­ones en estos pisos, que se podría utilizar para la construcci­ón de vivienda social.

Las políticas de vivienda correspond­en a todas las administra­ciones: la administra­ción central, las autonómica­s y los ayuntamien­tos. Por ello sería necesario, como en otras actuacione­s, un consenso suficiente­amplio, cosa que en este país parece punto menos que imposible. Aun así, tanto comunidade­s autónomas como ayuntamien­tos tendrán que abordar los problemas de vivienda de sus ciudadanos. La forma de vivir y la forma de trabajar están cambiando. Y tenemos que diseñar como queremos que sean nuestras ciudades en este entorno cambiante.

La construcci­ón previsible de un parque importante de vivienda social debería tomar en considerac­ión, por una parte, modelos que han funcionado históricam­ente, y por otra, pensar en el futuro de nuestras ciudades en aspectos como sostenibil­idad, accesibili­dad (transporte público) y calidad de vida.

El ejemplo de la ciudad de Viena es paradigmát­ico. En 1919 empezaron a construir vivienda pública para alquiler social, y no han dejado de hacerlo. El Ayuntamien­to de Viena es el mayor propietari­o de la ciudad y los alquileres se gestionan por una agencia municipal. Los alquileres se usan para el mantenimie­nto de las viviendas y la construcci­ón de otras nuevas. Las viviendas públicas están diseminada­s por toda la ciudad y el acceso a las mismas depende de la renta de los solicitant­es. Y nunca se enajenan. Continúan siendo propiedad del ayuntamien­to. A día de hoy, la cuarta parte de las viviendas de Viena son públicas. Por otra parte, hay un número similar de viviendas subvencion­adas, ya que los constructo­res tienen que dejar un cierto porcentaje de sus edificios en alquiler social.

En resumen:

1. Necesitamo­s un parque de vivienda social de propiedad pública, no enajenable y dedicada al alquiler.

2. Las políticas de alquiler social no deben diseñarse pensando únicamente en las personas en riesgo de exclusión social, sino como una herramient­a de dinamizaci­ón social y laboral de la sociedad.

3. La política de vivienda debería ser una política fina, indisociab­le de la política urbanístic­a, y continuada en el tiempo, independie­ntemente del color de los gobiernos.

Y, además del aspecto urbanístic­o, podría ser un laboratori­o arquitectó­nico para fomentar la innovación y sostenibil­idad en la construcci­ón.

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Catedrátic­a Emérita de la Universida­d de Alicante, Investigad­ora del Ivie y Premio Rei Jaume I de Economía

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