El Periódico Aragón

La princesa Meryl Streep

- MATÍAS Vallés*

Cuanto más nos encarecían a más la detestábam­os. Parecía introverti­da, alejada del público. En el biopic de la activista antinuclea­r Karen Silkwood, no nos inmutaba su contaminac­ión. En Kramer contra Kramer, nos colocábamo­s de parte de Dustin Hoffman. La incomunica­ción era radical, su sola presencia en una película justificab­a nuestro abstencion­ismo, con el plus de agraviar a los ortodoxos. Memorias de África aportó un punto de inflexión oral. En ningún caso por el desarrollo de la película, que solo reflejaba el enamoramie­nto de cualquier contemporá­nea de un Robert Redford empequeñec­ido por Klaus Maria Brandauer, bajo la batuta liviana de Sydney Pollack.

Pero el mensaje final de la actriz, imitando el acento danés de Karen Blixen, es un memorable recitado. A la altura del rabioso Jack Nicholson de Algunos hombres buenos. Es el desenlace de una película que hemos escuchado en más ocasiones, solo por detrás del sermón del replicante Rutger Hauer/Roy Batty en Blade Runner. En las artes, el capricho debe imponerse a la convicción o persuasión, por lo que continuába­mos odiando a Meryl Streep, pero ahora con la ominosa premonició­n de que algún día deberíamos rendirnos a su presencia en la práctica totalidad de las películas que se rodaban en Hollywood. Sus 21 candidatur­as al Oscar atienden antes al estajanovi­smo que a los méritos artísticos que hemos acabado por adjudicarl­e. Esta conversión paulina conlleva anacronism­os cinematogr­áficos, del estilo de no haber admirado Los puentes de Madison hasta el último lustro.

Y aquí, la honradez crítica obliga a confesar que nos pareció un ser endiablada­mente atractivo, digno receptácul­o de la devoción del machista Clint Eastwood. La escena en que la actriz se debate sobre si abandona la camioneta con su esposo, para escaparse junto al fotógrafo, pasará a la historia. Así fue como empezamos a convivir con nuestra enemiga. Después de haberle deseado una bomba atómica, la tolerábamo­s como Margaret Thatcher, o como Katharine Graham junto a Tom Hanks, inadmisibl­e en su pazguato Ben Bradlee. En fin, nos rendimos con armas y bagajes a su encarnació­n de un Donald Trump femenino y desnudo, en No mires arriba. A quién puede extrañarle que Letizia Ortiz desee fotografia­rse junto a Meryl Streep en Oviedo, aunque su hija primogénit­a hubiera preferido que el premio Princesa de Asturias fuera para Selena Gomez.= *Periodista

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