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Erdogan llegó al poder dos años después de que un terremoto matara a miles de turcos en 1999 Otro seísmo puede ahora decidir la suerte de su reelección como presidente =
Desconsuelo
Ocurrió el segundo día tras el terremoto del pasado 6 de febrero: en la calle, a la izquierda, ambulancias corren en todas direcciones, esquivando patrullas de policía y coches que han quedado varados en la carretera, a falta de gasolina para poder escapar del lugar. A la derecha, flanqueando la calle principal de la ciudad de Alejandreta, una hilera de edificios derrumbados, decenas. Algunos vecinos se suben encima de los escombros, gritan, arrancan algunos objetos o bloques del suelo, lloran. Uno, incluso, se pasea por el lugar con una escopeta más larga que él mismo.
«No hay nadie del Gobierno, ¡nadie! Nadie nos ha venido a ayudar, ni a decirnos cómo tenemos que sacar a la gente. Lo estamos haciendo todo nosotros, sin saber. No viene nadie», grita un vecino. «Dentro del barrio la situación es mucho peor. Allí está todo destrozado. No queda nada en pie», contesta otro hombre.
Unos metros más allá, dos cuerpos tapados con una manta, yacen en el suelo. Una mujer los vela y llora sin contención. «Los sacamos del edificio hace como cinco horas. Una pareja de personas mayores; ella es su hija. A esto me refiero, ¿ves? No viene nadie a recoger los cuerpos. Llevan horas pudriéndose al sol», dice el primer hombre. Su contertulio, encendido, estalla: «¡Necesitamos ayuda inmediatamente! ¿Dónde estás, Turquía? ¿Dónde estás? La gente muere, el pueblo muere».
Pocas veces, en un país, tres palabras consiguen retumbar tanto. La pregunta «¿dónde estás, Turquía?» no es una pregunta normal en el país anatolio, sino que dice mucho más de lo que cuenta; recuerda mucho más de lo que expresa. La frase original fue acuñada en 1999 y no es exacta pero es muy parecida. Su eco aún resuena en un momento en el que el país se enfrenta a unas elecciones presidenciales clave, programadas para el próximo día 14: «¿Dónde está el Estado?». Nació, como esta vez, de un gran terremoto.
Fue en 1999 y sacudió la región de Izmit, a pocos kilómetros de Estambul. Como el de este año, ocurrió de madrugada, y se cobró la vida de decenas de miles de personas. El de este febrero, más de 55.000; el de agosto de 1999, cerca de 18.000. Las similitudes siguen: como esta vez, la razón principal del número de muertes fue –y es aún– la mala calidad de las cons
La pregunta «¿dónde estás Turquía?», resuena de nuevo con fuerza estos días en el país anatolio
trucciones, muchas veces hechas a base de pasta de arena de playa. En esa ocasión –como ahora– la población civil se volcó en masa a ayudar a los afectados. En esa ocasión –como ahora– fueron muchos los que criticaron al Gobierno por «reaccionar tarde y mal».
País de seísmos
«¿Por qué tenemos que vivir este trauma? ¿Por qué el Estado no puede garantizar nuestra seguridad? Nos dejan morir, de verdad, da mucho miedo», explica Zeynep, una habitante de Estambul que fue hace 23 años a ayudar a los afectados y que ahora quiere abandonar su ciudad por terror a otro gran terremoto.
La gran ciudad turca está situada sobre una falla activa, y vive la amenaza constante de otro gran terremoto en el futuro. «Nos cobran impuestos específicos sobre el terremoto, pero aunque se sabe de este problema desde hace décadas, no se hace nada. Incluso los edificios nuevos se derrumban. ¿Cómo puede ser eso?», continúa Zeynep. El terremoto de Izmit de 1999 sacudió la vida política de Turquía para siempre. Los fallos del Gobierno turco de entonces propiciaron el ascenso, dos años después, del Partido de la Justicia y el Desarrollo de Recep Tayyip Erdogan, el primer político islamista que pasó a gobernar el país.
Erdogan prometió cambiar la política y aprobar nueva legislación para garantizar que toda construcción se hiciese con los estándares mínimos para soportar un terremoto. Las leyes prosperaron, pero los problemas persistieron, acentuados por amnistías a la construcción promovidas por Erdogan durante los últimos años: a cambio de una pequeña multa al Estado, un constructor podía legalizar su edificio levantado ilegalmente sin gastarse dinero en reforzar dicha construcción.
Muchos turcos, ahora, crean paralelismos entre los dos terremotos: la destrucción del primero ayudó a cambiar el Gobierno de entonces. El de febrero de este año podría llevar a Erdogan, en mínimos de popularidad históricos, en la misma dirección.
Pero para muchos las dudas persisten. «El constructor es culpable de intentar ciertas triquiñuelas para ganar más dinero. Pero, ¿y el Estado? ¿No tiene responsabilidad?», dice Zeynep mientras suelta una carcajada algo amarga. «Somos un país de comedia. Nunca he querido, pero a veces parece que la única solución es marcharse...».
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«¡No ha venido nadie del Gobierno, nadie!», clama un vecino de la ciudad de Alejandreta