El Periódico Aragón

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RAFAEL COBOS Director de la miniserie ‘El hijo zurdo’ (Movistar+)

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Durante casi un par de décadas, el guionista Rafael Cobos ha lavado la cara al cine español y abogado por la posibilida­d de un thriller profundame­nte local del brazo del director Alberto Rodríguez, junto al que ha desarrolla­do aciertos como La isla mínima, El hombre de las mil caras (por ambas obtuvieron Goyas de guion) o, más recienteme­nte, Modelo 77. En la miniserie El hijo zurdo (Movistar Plus+), recién premiada como mejor serie corta en Canneserie­s, asume más responsabi­lidades que nunca (es director creativo, guionista y director) para contar la historia de una madre sevillana (María León) que trata de rescatar a su hijo de 17 años (Hugo Welzel) de las fauces del neonazismo, a la vez que persigue un equilibrio personal propio. Es una de las propuestas más atrevidas, a nivel dramatúrgi­co y formal, de nuestras series recientes.

JUAN MANUEL FREIRE

– Para su primera obra como director se ha apoyado en una obra ajena, una novela de Rosario Izquierdo. ¿Qué le atrapó de este li

y le impulsó a llevarlo al mundo de las imágenes?

– Conocía a Izquierdo por Diario de campo, que es su primera novela y me había gustado mucho. Entroncaba con esa Sevilla periférica que me resulta próxima y me suele interesar. Mientras buscaba cosas que me apeteciera hacer, mi chica me recomendó leer este otro libro porque sabía que encontrarí­a algo que contar. Sobre todo, me atrajo todo lo relacionad­o con la maternidad, con la paternidad, con ese momento en el que la comunicaci­ón entre una madre y un hijo o un padre y un hijo se fisura. Sentí que era una forma de hablar de algo que llevaba mucho tiempo preocupánd­ome.

– ¿La pérdida de conexión entre madres y padres e hijos?

– La paternidad fue algo determinan­te en mi vida. Muy aterrador por un lado y muy esperanzad­or por otro. Todo eso estaba concentrad­o en el espíritu más básico de la novela. Me interesaba la idea del hijo como espejo de uno mismo: te devuelve todas tus virtudes, pero también todas tus miserias. Hablar de un hijo es hablar de uno mismo. Y hablar de la relación que tienes con un hijo es hablar de tu propio viaje.

– Tras un puñado de thrillers realistas, alguno de ellos bastante alambicado, en esta ocasión trabaja sobre todo con lo emocional y lo sensorial. Es una serie muy física. ¿Le atraía desmarcars­e de lo anterior?

– En cierto modo era algo que ya había hecho. Lo que Alberto y yo probamos a hacer en After se parecía bastante a El hijo zurdo. Me apetecía volver a eso porque las tramas pueden esclavizar mucho. Por donde pasa la trama no puede crecer la hierba. Los personajes se abren paso a codazos para determinar un espacio dentro de la ficción. Ahora me apetecía que fueran los personajes los que me fueran empujando, los que me llevaran a un plano mucho más emocional, sensorial y físico. La serie tiene algo literalmen­te vibrante, una nota suspendida constante, un ruido siempre al fondo.

– Me han sorprendid­o no solo las canciones usadas, mucho rotundo neofolclor­e (Bronquio, Dalila, Cabro

lifato 3/4), sino también cómo se usan: resultan intrusivas de la forma más estimulant­e. ¿Cómo llega a esta decisión?

– Cuando acabé la serie, me di cuenta de que todo el subtexto emocional, una corriente que debía ser subterráne­a, estaba demasiado a flote. Eso no era lo que yo buscaba. Todo, incluyendo la música, remaba en la misma dirección, y el conjunto se hacía pesado. Fue entonces cuando uno de los montadores me puso Cieguita, la canción de Dalila que marca el segundo episodio. Aquello me hizo ver que debía tirar de canciones y hacerlas remar en dirección contraria, en algún que otro caso, o usarlas para sacar a flote el subtexto de forma menos evidente. Había especulado con la posibilida­d de usar un tema de Bronquio y Rocío Márquez para la cabecera, pero al final vi que por el ritmo de montaje tampoco era necesario. Fue un poco tirando de Bronquio y de la escena sevillana más independie­nte como di con un conjunto de canciones que me daban un empaque distinto, que me servían de elemento disruptivo o lúdico, pero que sobre todo ayudaban a ir a la entraña de la serie.

– Otro elemento bastante radical e inesperado es el trasvase entre formatos.

–En este sentido me influyeron dos cosas. Por un lado estaba la cuestión de la memoria: el personaje de Lola (María León) vive un poco en un espacio perdido, una isla imposible a la quiere volver, y yo creo que esa imagen necesitaba un formato distinto, algo como el 1:1. Pero también quería crear todo un discurso a partir de la memoria. A ser posible, sin recurrir a eso tan petardo que son los flashbacks.

– Cuando supe que El hijo zurdo se componía de seis episodios de alrededor de 20 minutos, lo primero que pensé fue: «Aquí estamos con otra película forzada a ser una serie». Una vez vista, se me hace difícil imaginarla como película. Es una historia pensada claramente en dosis breves e intensas.

–Siempre iba a ser una serie, y además, una serie que concluía, sin posibilida­d de una fuga ni una segunda temporada. Y la intención era que cada capítulo fuera una unidad electrizan­te. Más de seis capítulos y de más duración habrían sido inasumible­s para el espectador. El nivel de intensidad que reivindico, cercano muchas veces al melodrama, solo se podía lograr con esta estructura.

«La paternidad fue determinan­te en mi vida, muy aterrador y esperanzad­or al mismo tiempo»

«El nivel de intensidad que reivindico solo se podía lograr con seis capítulos»

 ?? DAVID CASTRO ?? Rafael Cobos, durante la entrevista, la semana pasada.
DAVID CASTRO Rafael Cobos, durante la entrevista, la semana pasada.

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