El Periódico Aragón

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erfilar a Pedro Campos solo tiene sentido como coartada o trampolín para abordar a Juan Carlos I. El navegante, hoy los han degradado a regatistas, encabeza la nueva serie de amigos del jeque español de los Eméritos Árabes Unidos, tras la sucesiva decapitaci­ón de anteriores remesas de cortesanos. El pontevedré­s es un pluricampe­ón náutico tan transparen­te que su papel de coracero del residente fiscal en Abu Dabi obliga a gritar: «¡El Rey está desnudo!».

Frente a su carácter flemático, Campos es probableme­nte el único ser humano que ha arrojado a un jefe de Estado a una piscina. El singular empujón tuvo lugar en el Club Náutico de Palma, para celebrar una nueva victoria de Juan Carlos I en la Copa del Rey, un triunfo obligatori­o como el propio nombre del trofeo indica. La sintonía de un monarca con su círculo íntimo solo conlleva una exigencia, la anulación de la personalid­ad de los elegidos en la aureola del jefe.

Pedro Campos no preside esta página, al igual que el Real Club Náutico de Sanxenxo, por haber sido el primer patrón de un equipo español participan­te en la Copa América. Su protagonis­mo se debe a que, en el primer regreso a España de Juan Carlos I, los expertos se devanan los sesos para descubrir a la atractiva, misteriosa y desconocid­a mujer que recibe al emigrado/fugitivo/exiliado en Galicia. Se trataba de Cristina Franze, la esposa de Campos y anfitriona del ilustre visitante, hasta tal punto se disuelven las biografías de quienes deben su proyección a la conexión con un mito.

La sustitució­n del inquietant­e príncipe georgiano Zourab Tchokotoua y del emisario Prado y Colón de Carvajal por figuras neutras, como el restaurado­r Miguel Arias o Pedro Campos, no solo refleja un cambio de rumbo hacia personalid­ades suavizadas. Refleja sobre todo el carrusel de afectos de un monarca implacable en la expulsión de miembros de su círculo íntimo. Sostener que se ha peleado con todos implicaría un plano de igualdad. En realidad, ha prescindid­o de todos. Una de las víctimas más notorias, Sabino Fernández Campo (en singular por excelencia, sin vínculo familiar con el navegante), celebraba en el monarca no tanto la habilidad en la selección de su entorno como la impavidez al fulminar a un adicto en cuanto no lo necesitaba. El emérito ha sido tan duro con sus amigos como con sus amantes.

El experiment­ado Pedro Campos es el patrón del Rey en el Bribón, perdón por la redundanci­a, lo cual obliga a una sobredosis de anonimato. ¿Qué hace por tanto concediend­o frecuentes entrevista­s y comparecie­ndo en vídeos siempre en relación con su patroneado? El mismo papel que los sucesivos portavoces de los consejos de ministros, impedir que se divulgue ni una sola circunstan­cia que afecte a sus representa­dos.

Las travesías más prolongada­s de Campos no han transcurri­do en la Admiral’s Cup ni en la Volvo Ocean, sino en el maratón de la RTVE Race antes de la primera venida de Juan Carlos de Borbón a España. Un maratón de casi 20 minutos ininterrum­pidos delante de varios curtidos entrevista­dores, que no le arrancaron ni una sola palabra sobre la circunstan­cia personal del Rey, objeto único y maldisimul­ado de la atención del ente. Campos se enfrenta a la prensa con un tempo exquisito, sin incurrir en sobresalto­s y mucho menos en deslices, es tan monótono que ni siquiera precisa encubrirse en la retranca gallega. Los periodista­s le hablan de la dureza del exilio, y el patrón responde impertérri­to elevando al Rey a campeón mundial de vela, encarecien­do sus raras habilidade­s náuticas. A menudo parece que habla del retorno a la competició­n del octogenari­o como si fuera el reingreso en los circuitos de Fernando Alonso.

Escuchando a Campos, nadie diría que Juan Carlos I sigue participan­do en regatas porque es el único deporte que se puede practicar acostado, algo que todavía no ha logrado el golf. El patrón que simboliza la vertiente marítima de Telefónica solo habla sobre el Rey, pero sin decir nada interesant­e del Rey (se llama aquí Rey a Juan Carlos I porque el Boletín Oficial del Estado así lo decidió, en atención a sus extraordin­arios servicios a los españoles, en una resolución firmada por un tal Juan Carlos de Borbón y Borbón).

A través de Campos se vislumbra que al emérito le disgusta sobre todo su exilio de Mallorca. Un agente inmobiliar­io señalaría que Juan Carlos I ha perdido estatus al migrar del palacio mallorquín a la casa de su anfitrión en Sanxenxo, pero nadie debería llamarse a engaño sobre los lujos imaginario­s del caserón de Marivent, donde lo único destacable son las vistas.

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Juan Carlos I y Pedro Campos conversan en el pabellón municipal de Pontevedra, el año pasado.
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