El Periódico Aragón

Un infarto de ida y vuelta

- JUAN JOSÉ Millás* *Periodista y escritor

Me atacó un dolor bastante fuerte en el hombro y en el brazo derechos. Al poco, la mano de ese lado se me acorchó y empecé a sentir una especie de hormigueo en la yema de los dedos. Preferí no investigar en Internet el significad­o de estos síntomas porque conocía la respuesta: infarto inminente (en la Red, todo lo que no es cáncer es infarto). No obstante, en previsión de que tuviera que salir corriendo al hospital, me duché, me afeité y me vestí como para ir al notario. Pedí un taxi y al verlo llegar me desapareci­eron de golpe los síntomas. Deduje que arreglarse para salir, aunque luego no se salga, es terapéutic­o.

Arreglarse para salir. Significa que en casa estamos desarregla­dos. Sin reglas. No se puede vivir sin reglas. Un novelista amigo se viste para escribir como para una boda. Le pregunto si

Arreglarse para salir. Significa que en casa estamos desarregla­dos. Sin reglas.

ese atuendo tan convencion­al no influye en su escritura. Dice que lo ignora, pero que una vez que empezó una novela en pijama le salió mal. García Márquez escribía con un mono de trabajo parecido al de los mecánicos de automóvile­s. Muñoz Seca, con un pie calzado y el otro desnudo. Hemingway lo hacía de pie, ante un atril. No sé. Yo escribo con ropa vieja porque me siento cómodo dentro de ella. Es cierto que para escribir resulta esencial hallarse un poco incómodo, pero a mí me basta con la incomodida­d moral.

El caso es que despedí al taxi con el que tendría que haber ido a urgencias y me cambié de ropa. Al poco, volvieron los síntomas del infarto, de modo que repetí el ritual anterior, aunque en esta ocasión no llamé al taxi. Ya con el atuendo de ir al notario, me puse a ver la tele sin dejar de atender al dolor de hombro y al hormigueo de los dedos. El dolor ascendió un poco hasta el cuello, se mantuvo allí unos minutos y luego descendió. Al poco recuperé la sensibilid­ad de la mano y desapareci­ó en dolor del hombro. Decidí no cambiarme de ropa para que el bienestar se mantuviera. Y se mantuvo.

–¿Vas a cenar así? –preguntó mi mujer–.

–Pues sí –dije–, por si tenemos que salir corriendo al hospital. –¿Y eso?

–Nada –respondí–, un infarto que va y viene.

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