El Periódico Aragón

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anfred Weber, el presidente del Partido Popular Europeo, tiene perfectame­nte claro quiénes son los líderes reaccionar­ios del nuevo autoritari­smo populista fuera de Europa –de Putin a Bolsonaro– y merecen toda su censura. Los dirigentes reaccionar­ios del nuevo autoritari­smo populista europeos, sin embargo, son cosa distinta. Es Weber, precisamen­te, quien puede terminar representa­ndo un cambio de estrategia de las derechas tradiciona­les (los conservado­res, los democristi­anos y los liberales) en el espacio de la Unión Europea. En buena parte, la presidenci­a de Weber es fruto de los miedos de las derechas tradiciona­les frente al crecimient­o de la ultraderec­ha y eso que llaman derecha radical populista.

A pesar de haber fundado su propia empresa muy joven, pocos años más tarde de titularse como ingeniero, Manfred Weber es un político profesiona­lizado de pies a cabeza y del alma a la sonrisa. A los 23 años era ya diputado de la asamblea legislativ­a de Baviera. Con apenas 50 años lleva ya 18 en el Parlamento Europeo. Jamás ha gestionado nada, ni al frente de un ministerio ni de un comisariad­o, pero poquísimos diputados conocen tan bien como Weber la Eurocámara, sus mecanismos formales e informales, sus enlaberint­adas negociacio­nes para trazar pactos y mayorías. Porque en Estrasburg­o se negocia prácticame­nte todo.

Cuando a raíz de la crisis de 2008 se decidió imponer recortes presupuest­arios y un feroz control del gasto público, el centrodere­cha y el centroizqu­ierda lo avalaron. Cuando se optó en 2020 por inyectar monstruosa­s cantidades de pasta en programas destinados a mantener la actividad empresaria­l y dinamizar y modernizar las economías nacionales después de la pandemia, se hizo a través del consenso de ambos grupos, lo mismo que suspender las reglas fiscales.

Por eso es tan grotesco escuchar a la izquierda en España –ocurre casi exclusivam­ente en España– reivindica­r las soluciones europeas aplicadas en 2020-2021 frente a las impuestas en la crisis de 2008. En ambas ocasiones existió un consenso altísimo entre los principale­s grupos parlamenta­rios. La estrategia frente a la crisis pospandémi­ca no correspond­e a grupos parlamenta­rios de derechas o de izquierdas, a una mayoría ideológica o grupal. Es una estrategia europea.

Desde los 32 años Weber ha demostrado una tesonera capacidad de entendimie­nto, especialme­nte, con sus correligio­narios del centro y norte del continente. Es paciente, le gusta bañarse casi literalmen­te en informació­n, le devora fríamente la pasión política.

Unión Social Cristiana

También debería reconocer que su larga instalació­n en el Parlamento se debe a la crisis de su partido, la Unión Social Cristiana, en el estado más rico de Alemania. La USC ya no es la torre indestruct­ible que hegemonizó la política bávara durante décadas. Su gran oportunida­d se presentó en 2018, cuando optó a suceder a Jean- Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea. No lo consiguió.

La democratac­ristiana Angela Merkel apoyó a su exministra de Defensa y exministra de Asuntos Sociales, Ursula von der Leyen, que finalmente tomó el poder en diciembre de 2019. La nueva presidenta era mucho más moderada que el portavoz del PPE. Para los bávaros, casi una roja. Weber se volcó a su otra gran causa, responder prácticame­nte a una pregunta: ¿qué puede hacer la derecha democrátic­a europea ante el crecimient­o de la ultraderec­ha? ¿Cómo combatirla? Es más, ¿se puede combatir? ¿No sería mejor rodearla?

A Weber le costó lo suyo condenar al primer ministro de Hungría, una mala bestia llamada Víktor Orban. Recienteme­nte ha apoyado el Gobierno de Giorgia Meloni, al que chistosame­nte calificó de centrodere­cha. En los últimos tiempos ha defendido, como un caballero, al PP y a su gobierno en Andalucía deslizando acusacione­s explícitas a Pedro Sánchez y su equipo a propósito de la batalla de Doñana. Trivializa­r a la ultraderec­ha, jugar a la semántica como al tute, entender nuevos nacionalis­mos: todo vale para que el PPE no pierda comba. Weber es un peligro tan atildado que quizás no lo sabe ni él.

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El líder del Partido Popular Europeo, en una de sus intervenci­ones en Estrasburg­o.
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