Setenta y dos estaciones
Juan Diego declaraba en una entrevista que rodar No sé decir adiós le había enseñado a morir. Yo no sé si se puede aprender a dejar de vivir, pero a lo mejor sí se puede aprender a morir bien, mientras vivimos.
El otro día di por casualidad con una de esas series que pasan sin hacer demasiado ruido.
Mayflies, dos capítulos que exploran la relación entre dos amigos que compartieron adolescencia y pasión por la música y que cercanos a los cincuenta tienen que enfrentarse al mazazo de la ausencia inminente de uno de ellos.
La serie incide sin tapujos, sin romantizar nada y sin esconder, en la idea de cómo enfrentarnos a la muerte, y en cómo deberíamos ser dueños de la decisión de cómo morir mientras nos despedimos y ayudamos a los que se quedan. Y también un homenaje a la felicidad y la pasión de los dieciocho.
«Que la muerte esté orgullosa de llevarnos con ella» se cuenta que le dijo Marco Antonio a Cleopatra. Esta cita aparece en la serie, como también otra que abre el primer episodio: «dicen que a los dieciocho años no sabes nada, pero hay cosas que sabes a los dieciocho que nunca más volverás a saber». El grupo Metallica publicaba hace semanas el disco 72 seasons, que hace referencia a esos primeros dieciocho años de nuestra vida, setenta y dos estaciones, que forman nuestro verdadero o falso yo. El concepto de quiénes somos que nos dijeron nuestros padres. Justo ayer lo hablaba con ellos: los dieciocho son necesariamente inconscientes y libres porque necesitamos alejarnos de la aflicción.
No recuerdo si con esa edad pensaba seriamente en la muerte, las ausencias tenían más que ver más con parejas y amigos que dejaban de serlo. A esa edad la muerte es algo que les sucede a tus abuelos, al vecino que desaparece. No piensas en gente joven, en tus padres, en niños que ni siquiera llegan a nacer.
Los dieciocho están bien para celebrar la vida, para ahuyentar la muerte, para elegir equivocadamente, para estar en contra de todo lo que dice alguien que es mayor que tú. Porque luego, a veces te pareces cada vez más a todo lo que no querías parecerte. Empiezas a valorar el bienestar por encima de ir a la contra. Empiezas a entender que al final este es un préstamo, bellísimo, pero con muchas condiciones. Porque lo único que podemos hacer es querer, y hacer el bien, durante las primaveras que nos toque vivir. Los dieciocho son la edad de no vivir muriendo, que ya lo de aprender a morir mientras vivimos, lo dejamos para otro momento.
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*Bibliotecaria y escritora