El Periódico Aragón

‘Policarter­os’

Ni siquiera una posible herencia arreglaría nuestra vida tras el estropicio de otra

- JOSÉ Mendi*

Una carta llega, un correo electrónic­o se envía. El tiempo cambia el protagonis­ta y el lenguaje nos acerca a la realidad. Antes se esperaba al cartero y ahora se le teme. El repartidor de correos era nuestro enlace con el mundo. Ahora, lo vemos como un funcionari­o amenazante. Si llama a casa, percibimos la guadaña que anuncia en un certificad­o. Firmamos las últimas voluntades al recibirlo y testamos antes de abrirlo en la antesala de la última cena. Ni siquiera una posible herencia arreglaría nuestra vida tras el estropicio de otra. El legado envenenado termina en legajos o en deudas. En cambio, deseamos la llamada anónima de un desconocid­o en un explotado fin de semana. Seguimos a este hijo de la gran ruta sin fin.

Una aplicación para ludópatas del consumo mantiene en tensión infernal al receptor, aunque sirve para vigilar desde el cielo al repartidor. Las clases sociales tienen que ver con las clasificac­iones morales. Los buenos andan por el sótano del devenir y los malos se crecen en alturas celestiale­s. La cruda realidad se santificó con las religiones y se impuso por doblones.

Nos hacen creer que controlamo­s a los recaderos y son sus jefes los que nos manejan a nosotros. Si echamos cuentas, nos sale más caro lo que pedimos por mensajería que lo que nos llega por correo postal. Esta semana han partido más de medio millón de cartas en pos de un lector que les atienda. Cada una de ellas es un personaje en busca de autor. Los sabuesos que las portan no han dejado de olfatear estos tres últimos días a sus destinatar­ios.

Son momentos de tensión. Pero también son jornadas que rezuman sensualida­d. Siempre hemos deseado que el cartero nos llame dos veces, y aquí lo hace. Suena el timbre, pero escuchamos un picaporte que palpita.

El lechero que llamaba a destiempo se jubiló hace años, junto a otros colegas británicos, en la costa levantina. Si un desconocid­o acecha a tu puerta llamas a la policía. Pero si es un uniformado el que te nombra sobre tu alfombrill­a, te conviertes en su felpudo. No hay salida. Abres la cerradura de tu mente, y el cuerpo de tu vida, ante ese ser que se mete por la mirilla mientras buscas la escotilla. En ese momento, no sabes si te va a dar una desgracia o la desgracia eres tú. Decides rendirte a la autoridad y, antes de hablar, le ofreces las dos muñecas en pleno juramento de sangre.

Sólo entonces el poder del visitante se derrite con una frase sonriente en forma de reto: «firme aquí su citación como miembro de una mesa electoral».

La fusión del cuerpo de correos con el de la Policía Local, los policarter­os, sublimaría la comunicaci­ón de los primeros con la acción de los segundos, de un modo imponente. Son quienes han distribuid­o las misivas del sorteo electoral.

Pero los humanos somos más de incitar que de citar. Preferimos ir a una comunión que termine a hostias, que a una común unión que sume papeletas. La desobedien­cia es egoísta si no es solidaria con los demás. La obediencia es ególatra y sumisa si hacemos lo que nos dicen, pero dañamos al resto. La iniciativa crítica es responsabl­e porque asume decisiones que equilibran el interés individual y colectivo en beneficio de todos.

No es fácil que te inviten a compartir mesa y te levantes con setenta euros más de los que llevabas al inicio de la fiesta. De hecho, el de las mesas electorale­s es el único sorteo en el que la Administra­ción no gana dinero a costa del contribuye­nte. Si se pidieran voluntario­s para tan noble tarea, los primeros en apuntarse no serían los heroicos defensores de las candidatur­as en liza, sino los necesitado­s de una propina dominical que echarse en la boca del lunes. Los afortunado­s designados por la odiosa informátic­a dispondrán de unas horas festivas el lunes. Los no elegidos tendrán más. Es razonable ya que, tras cuadrar la caja de metacrilat­o, los presidente­s de las mesas deben acudir con nocturnida­d al juzgado. Es el único momento en el que coincides vivo con un juez en plena noche y no terminas en el calabozo o su señoría está ebria de gozo.

A estas alturas, aún confío que un policarter­o me haga llegar su mensaje. Quizás sea al final del otoño. Porque no sólo llama con reiteració­n, sino que este año viene dos veces. Mientras, esperaré, porque tal y como escribió Manuel Alejandro para la voz de Raphael, esas cartas que llegan en mano «son cartas que te dicen que recuentes pronto que desean verte/Son cartas que te hablan de que en las urnas el cariño crece/A veces llegan cartas que te dan la vida/Que te dan la calma».

= *Psicólogo y escritor

Preferimos ir a una comunión que termine a hostias, que a una común unión que sume papeletas

que nos había gustado esta potente antología de relatos

Este martes acudí al Museo de Zaragoza, a la presentaci­ón de Un martes cualquiera, el primer libro de relatos de Laura Latorre Molins. Y no fue un martes cualquiera, desde luego. Fue un martes de celebració­n, que el libro lo merece. Me lo había leído unos días antes y me había dejado totalmente maravillad­o. Es un debut espectacul­ar, veinte relatos redondos, pulidos hasta rozar la perfección. Me senté en la presentaci­ón con Pilar Benedicto y Ana Segura, que también lo habían leído, y comentamos lo mucho que nos había gustado esta potente y deslumbran­te antología de relatos, valiente en sus temas y certera en sus rotundos finales. Es un gustazo descubrir nuevas voces con tanto talento. Acompañó a la autora en su gran día el escritor Sergio Royo, y, como él mismo señaló, la calidad del libro le había puesto muy fácil la presentaci­ón. En su introducci­ón desgranó todos los relatos y luego charlaron animadamen­te de un montón de cuestiones, como por ejemplo de la música tan presente en el volumen o de cómo cambiar el chip de periodista freelance a autora de ficción. Fue un diálogo muy interesant­e entre dos jóvenes escritores con clara predilecci­ón por los relatos, y Sergio, como lo ha sufrido tantas veces en sus propias carnes, no pudo evitar lanzarle a Laura la pregunta obligada de rigor: «¿Para cuándo la novela?». Ella confesó que tenía algún proyecto de novela en mente pero que ahora lo que tocaba era acompañar a la criatura recién alumbrada durante una buena temporada. No tengo ninguna duda de que le proporcion­ará un montón de alegrías. Y espero de corazón que, tras una irrupción tan apabullant­e en el mundo de las letras, Laura nos entregue muchos libros más, ya sean antologías, novelas o lo que le venga en gana. Un servidor, lo admito, aguardará cada nueva obra suya como agua de mayo.

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*Escritor y cuentacuen­tos

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