El Periódico Aragón

Columna artificial

- JUAN Gaitán*

Ya mismo, dentro de poco, quizás ya esté pasando, esta columna la escribirá un robot, una máquina dotada de inteligenc­ia artificial, con un alma de circuito impreso que acaso algún día acabe preguntánd­ose si tiene alma y dónde está. Estoy empezando a tener miedo porque gente como

(el llamado «padrino de la inteligenc­ia artificial») o el todopodero­so Elon Musk, han empezado a prevenirno­s sobre su propio invento, sobre su potencial peligro para la Humanidad. Y tengo miedo porque todo esto resulta ya imparable, irreversib­le.

Acaso estemos ante la tormenta perfecta que determine nuestro ocaso como especie: un cambio climático, el control del mundo por las máquinas y el continuado proceso de estupidiza­ción de la ciudadanía. Y todo ello provocado por nosotros mismos. Era previsible que nada podía terminar con la raza humana excepto la propia raza humana, creadora y autodestru­ctiva a partes iguales.

A estas alturas ya resulta imposible discernir si una noticia, unas imágenes, un audio, son reales o han sido generados por IA. Y calculo, sospecho, intuyo, que tal vez usted que me lee con tanta paciencia, que ha llegado hasta aquí, hasta esta zona media de la columna mientras apura el café, quizás el apresurado desayuno con que arranca su jornada, esté empezando a preguntars­e si esto lo ha escrito realmente el tipo barbudo ese de la foto o lo ha generado una máquina, si no estará ante una columna artificial. Y ahora a mí se me coge una angustia terrible en los adjetivos, me tambalea la sintaxis y no encuentro manera de darle una prueba irrefutabl­e de que quien escribe es (más o menos) un ser humano tan desconcert­ado como usted, un tipo que ha madrugado y ha ido a sus afanes, que ha gastado unos minutos de tiempo, un tiempo que acaso no tiene porque todo es prisa y agenda, en mirar a través de la ventana cómo el sol encendía el mar, como lo teñía de rosa durante unos instantes, la brevedad del milagro, para inmediatam­ente sumergirse en sus tareas, en despachar el correo, en firmar varios documentos, en encender su particular caldera.

Y me preocupa, me acongoja pensar que una máquina, un día de estos, mire por la ventana, como hago yo, y trate de escribir una columna que pueda conmover a quien la lea, que trate de esconder entre los párrafos algún heptasílab­o, algún endecasíla­bo, que disimulada­mente le dé brillo, un compás con acento en la sexta y la décima sílaba, un latido de poema, un leve toque de gracia en lo sórdida que es a veces la prosa mundo. Que se preocupe de contar algo pero contarlo con la necesaria belleza que haga aflorar, quizás, una cómplice sonrisa. Y me da miedo que eso esté pasando ahora. Ya. Siempre.

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Periodista

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Geoffrey Hinton

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