Los barrios rurales de Zaragoza
Los barrios rurales, en el Reglamento de Órganos Territoriales y Participación Ciudadana, estamos considerados como espacios singulares. No somos pueblos pero tampoco distritos. Hasta que el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza no nos tengan en cuenta de esta manera, y nos consideren desde una perspectiva de singularidad, el desequilibrio político-social y la brecha administrativa, van a estar presentes en cada una de las acciones y toma de decisiones que se lleven a cabo.
Los barrios rurales, como espacios separados del núcleo urbano de la ciudad, nos identificamos con un modelo de gestión que tiene unas características peculiares en cuanto a las formas de habitar y de relacionarnos y, en general, en todo aquello que contribuye al entramado económico-político-social de un pequeño territorio.
Los barrios rurales cuidamos el paisaje natural, agrícola y tradicional; cuidamos los caminos, el monte, la flora y la fauna; preservamos la huerta de Zaragoza; mantenemos el modelo de colaboración vecinal, la participación directa, y el municipalismo elevado a su máximo exponente.
A la vez, los barrios rurales, recibimos la industria y los equipamientos que han tenido que salir de la ciudad para posibilitar la reordenación y el desarrollo urbanístico de la misma... Todo ello con la consiguiente transformación del paisaje y del entorno que esto ha supuesto. Los barrios rurales somos solidarios con la comunidad autónoma, con la provincia y con la ciudad.
La ciudad de Zaragoza, sin los barrios rurales, no hubiera podido dar respuesta a las necesidades, en cuanto a servicios y crecimiento urbanístico residencial, que una población de 700.000 habitantes necesita. Aeropuerto, planta de tratamiento de residuos, plataformas logísticas, vertedero de residuos peligrosos, millones de m² de polígonos industriales, hidrocarburos, industria química, depuración, energías renovables... Son sólo algunos ejemplos de los servicios que los barrios rurales prestamos.
Muchos de estos 14 barrios rurales, en algún momento de su historia, han sido pueblo. Otros, no. Esta situación, además de la peculiaridad de estar separados de la ciudad, ha originado que tengamos una identidad propia. Una identidad que se refleja en unas costumbres y tradiciones que nos diferencian y nos identifican, en un sentimiento de arraigo hacia el territorio que habitamos, y en una forma de gestión similar a la de cualquiera de los pueblos que nos rodean.
FORMAR PARTE DEL ayuntamiento de una ciudad tan grande pone de manifiesto la falta de sensibilidad hacia el pequeño territorio. El trato personalizado, los imprevistos del día a día, la personalización que requiere una gestión de ámbito local... desaparecen en cuanto quien decide es un ayuntamiento de 700.000 habitantes. La ciudad piensa en ella y deja de lado la singularidad del barrio. Ese territorio diferenciado de la zona urbana consolidada. La falta de vivienda, la falta de inversión, la pérdida sistemática de servicios básicos como son sanidad y educación, el envejecimiento poblacional, la falta de competencias, la falta de apoyo al comercio local, la despoblación... no sólo se produce en muchos pueblos de Aragón. Los barrios rurales también nos vemos afectados si atendemos al reparto de servicios e infraestructuras según el criterio municipal de población. Dejándonos en una clara desventaja.
La vida comunitaria demanda acciones, demanda respuestas. Acciones que pongan en valor tanto a las personas como al territorio. Respuestas que den solución, en tiempo adecuado, a las necesidades de las personas. No debemos permitir que las decisiones importantes, que afectan al futuro de los barrios rurales, se tomen desde la DGA, o desde el Ayuntamiento de Zaragoza, sin contar con las personas que los habitamos.
La concentración industrial y el uso del suelo, no bien ordenado, ha generado problemas importantes, respecto a la ordenación territorial, la movilidad, y el ámbito medioambiental, en el área periurbana de la ciudad.
LA ESPONTANEIDAD, LA falta de previsión adecuada, la apatía progresiva para resolver los problemas que nos afectan, y la falta de una política común de ordenación territorial, por parte de la administración, se traduce en disfunciones reales como son la movilidad laboral, escolar, sanitaria, comercial o administrativa; el equilibrio poblacional; la contaminación de las aguas; la protección de los espacios naturales; la agresión al territorio y a su forma de vida... Motivos, todos ellos, que han originado que los barrios rurales tengamos una sensación de periferia marginada.
Cada vez más, necesitamos y reclamamos que se tenga en cuenta esta singularidad que nos diferencia de la ciudad. La Administración , tan sensible siempre a las reivindicaciones sociales, deberá, de una vez por todas, sentarse a escucharnos. Atender nuestras reivindicaciones y nuestras necesidades, desconcentrar competencias, y darnos la posibilidad de poder decidir sobre nuestro futuro, será el único modo de evitar una mayor desafección de los barrios rurales con respecto a la ciudad urbana.
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*Alcalde del barrio rural de La Cartuja Baja