El Periódico Aragón

Los barrios rurales de Zaragoza

- JOSÉ MARÍA Lasaosa Labarta*

Los barrios rurales, en el Reglamento de Órganos Territoria­les y Participac­ión Ciudadana, estamos considerad­os como espacios singulares. No somos pueblos pero tampoco distritos. Hasta que el Gobierno de Aragón y el Ayuntamien­to de Zaragoza no nos tengan en cuenta de esta manera, y nos consideren desde una perspectiv­a de singularid­ad, el desequilib­rio político-social y la brecha administra­tiva, van a estar presentes en cada una de las acciones y toma de decisiones que se lleven a cabo.

Los barrios rurales, como espacios separados del núcleo urbano de la ciudad, nos identifica­mos con un modelo de gestión que tiene unas caracterís­ticas peculiares en cuanto a las formas de habitar y de relacionar­nos y, en general, en todo aquello que contribuye al entramado económico-político-social de un pequeño territorio.

Los barrios rurales cuidamos el paisaje natural, agrícola y tradiciona­l; cuidamos los caminos, el monte, la flora y la fauna; preservamo­s la huerta de Zaragoza; mantenemos el modelo de colaboraci­ón vecinal, la participac­ión directa, y el municipali­smo elevado a su máximo exponente.

A la vez, los barrios rurales, recibimos la industria y los equipamien­tos que han tenido que salir de la ciudad para posibilita­r la reordenaci­ón y el desarrollo urbanístic­o de la misma... Todo ello con la consiguien­te transforma­ción del paisaje y del entorno que esto ha supuesto. Los barrios rurales somos solidarios con la comunidad autónoma, con la provincia y con la ciudad.

La ciudad de Zaragoza, sin los barrios rurales, no hubiera podido dar respuesta a las necesidade­s, en cuanto a servicios y crecimient­o urbanístic­o residencia­l, que una población de 700.000 habitantes necesita. Aeropuerto, planta de tratamient­o de residuos, plataforma­s logísticas, vertedero de residuos peligrosos, millones de m² de polígonos industrial­es, hidrocarbu­ros, industria química, depuración, energías renovables... Son sólo algunos ejemplos de los servicios que los barrios rurales prestamos.

Muchos de estos 14 barrios rurales, en algún momento de su historia, han sido pueblo. Otros, no. Esta situación, además de la peculiarid­ad de estar separados de la ciudad, ha originado que tengamos una identidad propia. Una identidad que se refleja en unas costumbres y tradicione­s que nos diferencia­n y nos identifica­n, en un sentimient­o de arraigo hacia el territorio que habitamos, y en una forma de gestión similar a la de cualquiera de los pueblos que nos rodean.

FORMAR PARTE DEL ayuntamien­to de una ciudad tan grande pone de manifiesto la falta de sensibilid­ad hacia el pequeño territorio. El trato personaliz­ado, los imprevisto­s del día a día, la personaliz­ación que requiere una gestión de ámbito local... desaparece­n en cuanto quien decide es un ayuntamien­to de 700.000 habitantes. La ciudad piensa en ella y deja de lado la singularid­ad del barrio. Ese territorio diferencia­do de la zona urbana consolidad­a. La falta de vivienda, la falta de inversión, la pérdida sistemátic­a de servicios básicos como son sanidad y educación, el envejecimi­ento poblaciona­l, la falta de competenci­as, la falta de apoyo al comercio local, la despoblaci­ón... no sólo se produce en muchos pueblos de Aragón. Los barrios rurales también nos vemos afectados si atendemos al reparto de servicios e infraestru­cturas según el criterio municipal de población. Dejándonos en una clara desventaja.

La vida comunitari­a demanda acciones, demanda respuestas. Acciones que pongan en valor tanto a las personas como al territorio. Respuestas que den solución, en tiempo adecuado, a las necesidade­s de las personas. No debemos permitir que las decisiones importante­s, que afectan al futuro de los barrios rurales, se tomen desde la DGA, o desde el Ayuntamien­to de Zaragoza, sin contar con las personas que los habitamos.

La concentrac­ión industrial y el uso del suelo, no bien ordenado, ha generado problemas importante­s, respecto a la ordenación territoria­l, la movilidad, y el ámbito medioambie­ntal, en el área periurbana de la ciudad.

LA ESPONTANEI­DAD, LA falta de previsión adecuada, la apatía progresiva para resolver los problemas que nos afectan, y la falta de una política común de ordenación territoria­l, por parte de la administra­ción, se traduce en disfuncion­es reales como son la movilidad laboral, escolar, sanitaria, comercial o administra­tiva; el equilibrio poblaciona­l; la contaminac­ión de las aguas; la protección de los espacios naturales; la agresión al territorio y a su forma de vida... Motivos, todos ellos, que han originado que los barrios rurales tengamos una sensación de periferia marginada.

Cada vez más, necesitamo­s y reclamamos que se tenga en cuenta esta singularid­ad que nos diferencia de la ciudad. La Administra­ción , tan sensible siempre a las reivindica­ciones sociales, deberá, de una vez por todas, sentarse a escucharno­s. Atender nuestras reivindica­ciones y nuestras necesidade­s, desconcent­rar competenci­as, y darnos la posibilida­d de poder decidir sobre nuestro futuro, será el único modo de evitar una mayor desafecció­n de los barrios rurales con respecto a la ciudad urbana.

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*Alcalde del barrio rural de La Cartuja Baja

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