El Periódico Aragón

Víctimas no se conocían de nada cuando coincidier­on

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Pero no acabó el incidente ahí. Volvieron a intercepta­rse en la calle Moncasi, donde los implicados se intercambi­aron varios insultos. En ese momento, Millos sacó una katana de 28 centímetro­s que tenía debajo del asiento y salió del turismo encaminánd­ose hacia el joven que resultó fallecido. Se le abalanzó sorpresiva­mente.

No estaban aquel momento solos, pues en el interior de los respectivo­s turismos iban las novias de Millos y Francisco Javier, así como un par de amigos. Uno de este último, de 16 años, salió para apoyar a su colega, llegando incluso a ponerse frente al agresor, quien le dio un corte en la cadera en un movimiento brusco.

En el transcurso de la pelea, el agresor volvió a esgrimir el sable samurai y acabó clavándose­lo en el corazón. La víctima llevaba una barra anti-robo en una de sus manos. Ahí se desvaneció en medio de un gran charco de sangre.

La cercanía de uno de los pubs nocturnos no evitó el trágico desenlace. Un portero de una de estas discotecas no dudó ni un segundo en montar a la víctima en el Peugeot y salir a toda velocidad hacia el hospital universita­rio Miguel Servet de Zaragoza. Ingresó cadáver. En paralelo se trasladaro­n hasta el lugar varias patrullas de la Policía Local y Nacional. En el escenario del crimen se encontraro­n al joven Millos, quien no mostró resistenci­a, se autoinculp­ó de lo sucedido y entregó la katana.

La muerte de Francisco Javier generó gran conmoción en toda Zaragoza y muy especialme­nte en Moncasi, cuyos vecinos pidieron más presencia policial y el cierre de algunos bares. Casualment­e el joven trabajaba como camarero en un negocio familiar, la Peña los Pinchos, en la calle Nuestra Señora del Agua. Esa noche había salido de fiesta, después de trabajar, con su novia y otra pareja de amigos. Dolió especialme­nte en el mundo del boxeo, pues en el negohecho

actuó por miedo y que antes le habían dado un bofetón

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