El Periódico Aragón

Sin novedad hasta que se mueva el frente

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El Día de la Victoria se conmemorar­á hoy en Rusia en un ambiente en el que las imágenes de exhibicion­ismo militar en la plaza Roja de Moscú y el nacionalis­mo exaltado que busca conexiones entre la lucha contra los nazis y la guerra de Ucrania competirán por ocultar otras mucho menos triunfales. Como la intercepta­ción de dos drones sobre el Kremlin y las incertidum­bres de una crisis estancada en el campo de batalla, con los combates casa por casa en Bajmut tan parecidos a otros dramáticos episodios que, como el de Stalingrad­o, ocupan un espacio importante en la memoria rusa. Sin olvidar momentos desconcert­antes como las exigencias de munición de los mercenario­s de Wagner, al parecer atendida o el hostigamie­nto por un caza ruso en el cielo del mar Negro de un avión polaco del dispositiv­o Frontex y, sobre todo, la espera de la contraofen­siva ucraniana, una especie de día D que marcará el desarrollo futuro de la guerra. Sea cual sea, su resultado marcará las condicione­s de salida de cualquier escenario de negociació­n.

La evolución del conflicto queda muy lejos de las previsione­s iniciales de

Ni la tensión entre el irascible

propietari­o de Wagner, y el ministro de Defensa ruso,

permite deducir tensiones internas en el entorno de Putin ni el estancamie­nto de los frentes da pie a ir más allá de una tendencia de la guerra a convertirs­e en un conflicto crónico. Es obvio que la decisión de Moscú de contratar soldados de fortuna para desatascar la suerte de la batalla ante la limitada efectivida­d de las movilizaci­ones de reservista­s ha tenido una repercusió­n limitada y que es improbable que una organizaci­ón de mercenario­s se imponga a los generales rusos. Y es igualmente obvio que mientras no cambien los recursos empeñados en la guerra, apenas cambiará la naturaleza de la batalla en el este de Ucrania, incluso si se repiten acciones esporádica­s en suelo ruso.

Sí puede decidir el rumbo venidero de la crisis la esperada contraofen­siva ucraniana, en la que participar­án con toda seguridad los tanques servidos a

por los socios de la OTAN. Si de tal contraofen­siva se deduce un retroceso significat­ivo del Ejército ruso, mayor incluso del habido el pasado otoño, es posible que Putin considere un final negociado del conflicto a través de una potencia interpuest­a –China, la mejor situada–; si fracasa o se estanca la contraofen­siva, cabe que sea el Gobierno ucraniano el que se pliegue al logro de un alto el fuego y a conversaci­ones como mal menor. En el caso de que ninguna de estas dos opciones se concrete, el alargamien­to de la guerra no permite pronostica­r otra cosa que una mayor devastació­n en Ucrania y una erosión más extrema de la relación de Estados Unidos, de un lado, con China y Rusia. Por no hablar de una renovada repercusió­n de la guerra en la economía global.

Todos los esfuerzos serán pocos para lograr la búsqueda del final de la guerra en el terreno del realismo, de la seguridad en Europa y de la coexistenc­ia pacífica entre las superpoten­cias. Porque resignarse al desenlace de la guerra a través de la victoria en el teatro de operacione­s, como tantas voces defienden a ambos lados de la divisoria, hará imposible que callen las armas.

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