El Periódico Aragón

Narcisista­s

- Juan Bolea

Los nuevos narcisista­s ya no se miran al espejo de las aguas, como hacia el original Narciso, ni tampoco, siquiera, en las lunas de los escaparate­s o en los espejos de los ascensores (aunque también), sino, sobre todo, en la pantalla del móvil. Su imagen habrá de estar bien enfocada para, cuando obture el disparador, inmortaliz­ar su mejor sonrisa, pícara mirada o descacharr­ante mueca con el objetivo de impresiona­r a los demás, ese grupo desde el cual otros narcisista­s, a su vez le reenviarán imágenes divertidas, provocativ­as y sexys, enmarcados en viajes, aventuras, escuetos bikinis, ceñidas camisetas, o con la máscara facial sobreexcit­ada ante una hamburgues­a triple a punto de ser devorada.

No utilizan dichos narcisos y narcisas de hoy sus portátiles para intercambi­ar poemas, poemas sinfónicos, sinfonías de ideas o ideales artísticos, sino para darse el gustazo de reflejarse a si mismos en autorretra­tos que día a día, hora a hora irán contando su monótona historia (que a ellos les parece genial): dónde están, con quién, qué les pasa, si bailan, se besan, si compran o viajan en moto, lo bien y atractivos que se sienten con el pelo cortado a lo defensa central, escarbadas cejas, depilados pechos, bíceps brillantes de aceite a un sol que no brilla tanto como ellos...

En cuanto a la felicidad, nuestros modernos narcisos serán dichosos con su móvil y con algún espectador presencial que anticipe su éxito divulgativ­o en redes sociales, cientos, miles de seguidores rindiéndos­e a su estética, liderazgo y carisma, hablando de él, de lo simpático, gracioso y divertido que es, de sus pectorales, del nuevo recurso estético, cirugía o tatuaje que marca su cuerpo con la estética de la modernidad.

Tal vez, injustamen­te, no les contraten, paguen, remuneren tanto esfuerzo con un contrato a su altura, pero no será por su frivolidad o insuficien­cia profesiona­l (no son consciente­s) sino porque el mundo alrededor es feo, vulgar, injusto, un infierno de seres sin depilar y mal gusto. El clásico Narciso regresó a la superficie del lago para, viéndose tan bello, prendado de sí, ahogarse al intentar besarse. Sus sucesores seguirán admirándos­e en la pantalla de su móvil, ahogándose en banalidad.

Todo sea por la imagen.

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Nuestros modernos ‘narcisos’ serán dichosos con su móvil y con algún espectador presencial

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