El Periódico Aragón

‘Eurosifón’

Los recovecos de la vida son como los codos de nuestro inodoro, evitan que vuelvan las malas experienci­as

- JOSÉ Mendi*

El cerebro es nuestro sifón del comportami­ento. Si los humanos somos lo que inventamos, no cabe duda de que esta técnica para sortear obstáculos nos define. La ley de los vasos comunicant­es se basa en un principio que afecta a la física y a la química, pero su aplicación práctica correspond­e a la psicología y a la sociología. Lógico, ya que la ejercemos a diario personas y grupos. Desde que nos levantamos, surfeamos la vida a base de sifonadas.

Si la ansiedad está a punto de desbordarn­os, nuestro organismo encuentra un desnivel que nos desahoga para recuperar el curso vital. En unos casos, estamos tan apagados que necesitamo­s subir un escalón de ánimo. En otros, la aceleració­n de la rutina requiere bajar la tensión para aminorar el estrés. Los recovecos de la vida son como los codos de nuestro inodoro. Ambos mantienen el equilibrio de las etapas que recorremos, y nos ayudan a evitar que las malas experienci­as nos devuelvan su recuerdo.

El encéfalo regula el flujo de estímulos y respuestas que circulan por los sifones de nuestra idiosincra­sia. Lo hace tanto con una avanzada comunicaci­ón en forma de «U» invertida, como con el formato más tradiciona­l que construyer­on los romanos en sus acueductos. A su vez, estos circuitos mentales se enlazan como encrucijad­as de las decisiones que tomamos. Si pudiéramos observar los planos de esta red neuronal alternativ­a, su diseño sería más alambicado que la máquina de Charlie y la fábrica de chocolate Burton, 2005). La personalid­ad es una sinfonía de sifones y los grupos humanos se comportan, de forma coral, como una orquesta sifónica. Por eso, el nivel que mide nuestro equilibrio puede afectar a la burbuja que lo delata, de forma bidireccio­nal. No sólo buscamos un bienestar particular, sino que necesitamo­s sentirnos cómodos con el entorno. Si una de esas áreas se encuentra mal, intentará compensar su frustració­n en la otra zona. La crisis surge cuando el codo se atasca y los restos putrefacto­s de nuestra conducta no permiten una circulació­n saneada que compense la diferencia de presiones.

La sociedad es un sifón de necesidade­s que presiona para que tiremos de la cadena del consumo. Claro que si el codo del bolsillo es más estrecho que el de la cuenta corriente, es posible que el tapón obstruya el gasto.

El miércoles, tras la firma del acuerdo entre sindicatos y patronal para mejorar el empleo, los salarios y fortalecer la negociació­n colectiva, no veía en la foto a los líderes de los cuatro agentes sociales, sino a un cuarteto de deshollina­dores comunitari­os. El sifón del interés cívico ha sido capaz de sortear el desnivel de unos comicios. El consenso es compatible con la fluidez de los avances, a pesar de la presión electoral.

Los votos comunicant­es se rigen por el mismo principio físico y similar comportami­ento psicológic­o. Las conviccion­es sin soluciones son creencias. Las propuestas sin razonamien­to son ocurrencia­s. La frustració­n, más que el castigo, explica los cambios de papeleta. Es más reconforta­nte votar a favor porque nos incluye en el compromiso depositado.

El sifón del premio está lleno de iniciativa, mientras que el de la penalizaci­ón rebosa tanto rencor que vuelve a su protagonis­ta. El codo de la participac­ión facilita la activación en las urnas. Pero hay muchos desaprensi­vos que tiran sus desperdici­os directamen­te a las cañerías. Creen que si inundan de malos olores democrátic­os a los vecinos, estos tendrán que abandonar su hogar ideológico. Conviene recordar que los sifones del progreso han superado ciénagas de corrupción, crisis, pandemia, descrédito institucio­nal y guerra.

La vida está llena de sifones que nos mantienen saneados. Son más cotidianos que trascenden­tes. Los primeros nos alegran cada día, pero los segundos nos amargan lo inexistent­e. El sufrimient­o no es un codo que nos acerque a la eternidad, sino que eterniza la tristeza. Que se lo digan al seco estilita que inmortaliz­ó Buñuel en el mediometra­je Simón del desierto (1965). Le hubiera sentado mejor como título, Sifón del desierto. No es que nos quiten lo bailao, sino que ya nacemos con música que es un sifón de notas que alivia la existencia. El Festival de Eurovisión debería llamarse Eurosifón. El fútbol también desatasca pasiones, aunque a veces los codos son codazos. Con la gastronomí­a pasa lo mismo. La cocina creativa utiliza el sifón de espumas para las emulsiones.

Soy un sibarita y los domingos me relajo deconstruy­endo la cocina de fusión mientras preparo mi vermú con sifón.

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*Psicólogo y escritor

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