El Periódico Aragón

Cambios en el pódium sindical de la DGA

Juan Manuel Marín Orgaz*

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El pasado día 10 de mayo se celebraron en el Gobierno de Aragón elecciones sindicales. En este caso ha habido notables cambios en los resultados.

El principal ha sido el ascenso al pódium sindical el sindicato Stepa-Cata, fruto de unión de dos fuerzas sindicales que obtuvieron en las anteriores elecciones sindicales por separado un 11% de los votos en total. Con esta sinergia sindical han obtenido una espectacul­ar subida, llegando hasta casi el 19% de las papeletas de los empleados públicos que votaron, un éxito total. No solo porque con estos números son aupados al tercer escalón del pódium (por encima de CSIF); sino que, por derecho propio ganan su ansiada presencia en la Mesa Sectorial de la DGA, lugar donde se negocian las claves de la política laboral.

A pesar de mantenerse como primera y segunda fuerza sindical, CCOO y UGT han experiment­ado un importantí­simo descenso respecto a la cita de hace cuatro años. Votos no recibidos, como castigo a una notoria pérdida de contacto con los sus afiliados y sobre todo con el común de compañeros de la DGA.

Hay que tener en cuenta que, del total de empleados en la Administra­ción General de la DGA, el 55,1% del total de la plantilla tiene «contrato temporal» según los datos oficiales. Y este sindicato se ha centrado más en ellos, sin perder de vista la mejora de todos los trabajador­es y trabajador­as sin distinción; porque los servicios públicos se mantienen por el trabajo de personas y todos son compañeros. Entrar en la «Alta Mesa» aumentará la visibilida­d de este sindicato, así como su poder de influencia.

Felicitaci­ones por este logro. En esta ocasión los dos sindicatos mayoritari­os no tienen nada que celebrar, y sí de que reflexiona­r. *Funcionari­o de la DGA de la hipoteca. El banco se quedaba con la casa si no pagaba.

Unos días después la vimos hablando sola por la calle. Me transportó al pasado.

Viví de niña un embargo en la casa de mis padres. El negocio de mi padre no funcionó y se llenó de deudas. Éramos siete hermanos, con poca diferencia de edad, cinco chicos y dos chicas, yo la segunda, la última también era niña, recién nacida. Un día, a las nueve de la mañana, llamaron a la puerta. Mi padre no se encontraba en casa. Dos hombres venían del Juzgado a embargar los bienes de la casa. El de más edad se sentó en una silla, apoyado en la mesa del comedor. Sacó una carpeta del maletín y se dispuso a escribir lo que le dictara el compañero, que se paseaba libremente por la casa en busca de bienes embargable­s.

El despacho en donde trabajaba mi padre estaba repleto de libros en estantería­s que cubrían las paredes y una máquina de escribir. Encicloped­ias, biografías, ensayos, novelas, premios literarios. Mi instinto fue cerrar la puerta y colocarme delante con un hermano pequeño en brazos. El hombre esperó a que me apartara, pero le dije que la hermana más pequeña estaba durmiendo y si entraba se despertarí­a. Se miraron los dos funcionari­os sonriendo.

El hombre sentado le preguntó al otro qué apuntaba. «En esta casa no hay más que hijos y unas persianas de plástico azules cubriendo una galería, no hay algo que merezca la pena», contestó. Cuando se fueron, mi madre se echó a llorar mirando a sus hijos.

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