El Periódico Aragón

El cementerio roto del saber

Isidoro Berdié Bueno

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En este cementerio roto del saber, yacen enterrados los grandes pensadores de la Historia del conocimien­to, como obra humana y de validez restringid­a a su época, personas ilustres que nos recuerdan al «Pensador» de Rodin en un campo de piedras rodeado de cadáveres de filósofos muertos de todas las épocas, y que sobre todo nos asalta la pregunta de qué pensaría la estatua de tantos restos mortales yertos.

Y es que el saber cómo cualquier sentimient­o humano es temporal, su mente y sus fogonazos también son caducos, por eso les espera el gran cementerio de Rodin, donde reposan y son mero florero cultural, depósito y destino de ideas muertas.

Resulta muy fuerte lo que afirmamos, pero en el campo de la libertad de expresión, ni somos todos iguales ni equidistan­tes, en este diario ponemos en jaque la cuadratura del círculo, como defienden algunos, porque no existe tal. Ah, tampoco apagamos el fuego de Ucrania con gasolina, el diario zaragozano «La República», 1873, escribía antaño para sus lectores: «La mancha de la sangre no se lava con sangre, si así se hace la mancha se agranda».

Hogaño, siglo y medio más tarde, los lectores de este diario pueden sumergirse por un momento, en el ambiente político social de la Primera República Española en Aragón.

Esos pensadores que destacan en cada etapa histórica tratan de alumbrar el sombrío camino del saber, pero sin luces suficiente­s, que les conduce a ensayar continuos cambios de paradigmas. Y, ¿por qué? Principalm­ente porque los anteriores no le servían al Poder, un trabajo perdido que durante un tiempo brilló cada piedra y tuvo su esplendor. El saber es manco, y con una sola mano resulta imposible atrapar la Verdad, que se le escapa por la otra.

El cementerio roto del saber es el fruto de la Razón viva, no fosilizada, enfrentada a su destino, porque a fuerza de ser sinceros y decir la verdad, la cultura nunca llegó al pueblo, éste era analfabeto, ya se encargaban de eso quienes le gobernaban, que también eran analfabeto­s, pudiendo definir la Historia como una caterva de mentiras de los aduladores.

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