El Periódico Aragón

El vídeo mató a la estrella de la radio

- LAURA Bordonaba*

En El imperio de la luz, película de Mendes, la acción nos sumergía en una melancólic­a carta de amor a las salas de cine. Esos cines de antaño, con carácter y belleza, en los que te imaginabas enamorándo­te.

¿Alguien se imagina viviendo una gran historia de amor en cualquiera de los cines que tenemos en los centros comerciale­s? De acuerdo en que son funcionale­s, pero también uniformes e intercambi­ables. Las historias de amor no lo son.

Sánchez anuncia estos días una rebaja en el precio de las entradas para mayores de 65 años, una medida que ha vuelto a sacar a la palestra el descontent­o del sector del cine. Y es que el problema de la pérdida de espectador­es no se soluciona con este tipo de medidas, sino con poner el valor del cine en alza, con fidelizar espectador­es desde la niñez y adolescenc­ia, con ofrecer algo más. Y no nos engañemos, poder elegir una película de un amplio catálogo en las plataforma­s, para verla en casa, en el horario que venga mejor, es una dura competenci­a.

En algunas ciudades perviven reductos de salas alternativ­as que complement­an una oferta que en las multisalas suele ser repetitiva. Muchos de los cines también ofrecen todo doblado, cuando ahora cada vez son más los espectador­es que prefieren la versión original, algo que ha ido cambiando con las series. No están llegan superprodu­cciones y tampoco se hace gran promoción.

Quizás hay un cambio de tendencia y lo de ¿vamos al cine? va a quedar como un plan para días especiales, o para estrenos muy esperados de esos que la gente prefiere ver en pantalla grande. Lo que se llama el cine acontecimi­ento. ¿Por qué los conciertos o los festivales sin embargo han reventado aforos los últimos meses?

Por la experienci­a de comunidad y de no poder ser imitado. El cine es una actividad íntima, solitaria, para románticos. Yo debo serlo, porque soy un poco como Totò en Cinema Paradiso o como Hilary en El imperio de la luz.

Me encanta el ritual de sentarse en una sala enorme a oscuras, y pensar que el resto de personas se están emocionand­o como yo con lo que estoy viendo. La oscuridad, el silencio, el volumen, y la atención sin distraccio­nes no tienen nada que ver con ver una película en el hogar, por cómodo que sea.

Las salas nos permiten tener sueños colectivos que hacen desaparece­r todo lo exterior. Ni la televisión, ni el vídeo, ni el DVD o el streaming han matado ese sueño, ni al espectador, que sigue deseando enamorarse y contarlo al finalizar la película.

= *Biblioteca­ria y escritora

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Sam

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