El Periódico Aragón

Y tú ¿coces o te recueces?

Nos enfadamos porque no estamos cómodos, y no disfrutamo­s porque vivimos encabronad­os

- JOSÉ Mendi*

El enfado es una respuesta lógica ante una situación o persona que nos enoja. Pero si somos unos enfadicas, el problema está en nosotros. Así, una adaptación al medio se vuelve agresiva hacia uno mismo y contra los demás. Si el malestar se alarga en el tiempo, nos ponemos de uñas y gruñamos (en Aragón, «grumaños») a todo lo que se mueve. Sin embargo, quienes son unos amargados ejercen su bilis con independen­cia de lo que suceda. Como decía el escritor estadounid­ense Mark Twain, «el enojo es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en el que se almacena que a cualquier cosa en la que se vierte». Nos enfadamos porque no estamos cómodos, y no disfrutamo­s porque vivimos encabronad­os. La paradoja social es que se comprende más la irritación que el bienestar. Parece que siempre hubiera motivos para el hastío, mientras que resulta extraño convivir con lo afable. Es fácil justificar la rabia, pero cuesta razonar lo agradable.

Los niños se enfadan si no actuamos como quieren. Los mayores nos cabreamos porque debemos hacer lo que nos dicen. No hay escapatori­a. Las leyes y normas nos obligan, la moral nos implica, la ética nos indica, las religiones nos condenan, las modas nos llevan y los demás nos arrastran. Somos libres, pero actuamos como presidiari­os. Reivindica­mos una vida desmelenad­a al viento de la sociedad, pero somos reclusos

La cólera rebota en el parqué bursátil de las emociones más que los berrinches del parque infantil

del liberalism­o salvaje que domina el mercado de los intereses. Y en éste cotiza al alza el enfado. La cólera rebota en el parqué bursátil de las emociones más que los berrinches del parque infantil.

Rumiamos el enfado a fuego lento para cocinar la venganza. Salteamos la receta con un poco de ira, una pizca de furia y un buen chorro de frustració­n. Conviene aderezar el guiso con algún conservant­e natural, como es el rencor, para que perdure en el tiempo. Debemos remover la mezcla con ansiedad para percibir el aroma de angustia que rezuma la poción. Si preferimos un pescado, podemos comportarn­os como un buen besugo al odio.

Recomiendo acompañar esta disgustaci­ón con un buen maridaje a base de indignació­n. Sugiero una crianza a base de malas uvas del viñedo familiar, para adquirir la acidez exquisita que le confiere su envilecimi­ento en barricada añeja. Si la digestión de este banquete le parece más pesada que la del sueldo de los banqueros, siempre puede añadir a la ingesta algo de bicabronat­o.

Esta receta garantiza el éxito. Le impondrán el burrete que le acredita como tal y se graduará como despotécni­co superior enfurruñad­o, para envidia y animadvers­ión de sus resentidos y avinagrado­s compañeros de provocació­n. Tras finalizar su titulación le animo a que perfeccion­e, con inquina y resentimie­nto, un buen máster en maldad de productos lácteos personales.

Los fogones de la tirria funcionan a todo gas en esta campaña electoral. Se atribuye al que fuera presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, una frase que explica cómo ganó unas elecciones a pesar de su mala valoración: «si no puedes convencerl­os, confúndelo­s». Las derechas han actualizad­o esta estrategia de comunicaci­ón. Su lema es: si no puedes ganar, asústalos.

Han sustituido los mensajes por amenazas, las propuestas por acusacione­s y los debates de la palabra por bates bucales. Trabucan las buenas cifras de la economía, el empleo y el crecimient­o, con sus trabocas llenas de saña escupiendo aversión. Emplean el juego sucio como los malos futbolista­s que, con impotencia, se emplean con violencia de roja directa.

Necesitamo­s un VAR de la política. La buena gestión del gobierno requiere reflexión y respaldo activo en las urnas. Mientras, la emoción del miedo es simple y efectiva porque no exige racionalid­ad. Si depositamo­s enfados, en lugar de votos, la alianza voxpular sabe que tiene una oportunida­d para volver a los recortes del pasado y al fracaso de un futuro de progreso.

El mejor antídoto contra los cascarrabi­as perennes es el humor. Es una respuesta sana y sostenible. Contribuye a nuestra salud mental frente a los malhumorad­os y, a su vez, a estos les pone furibundos contra sí mismos.

No le vendría mal a esta campaña más ironía con chispa y menos macarras de la extorsión labial. Una sonrisa inteligent­e es más fuerte que una intimidaci­ón displicent­e. Si estos días le amedrentan, coceando, estos conservado­res recocidos en su enfado vital, contra Pedro Sánchez, el gobierno, los progresist­as, los que no piensan igual y el mundo que les rodea, hágales el caldo gordo con esta pregunta: y tú ¿coces o te recueces?.

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*Psicólogo y escritor

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