El Periódico Aragón

Por mí que no quede

- MARÍA JOSÉ González Ordovás*

No sólo no he ocultado, sino que «desde siempre» he pregonado a los cuatro vientos mi admiración por Como ya les conté en un artículo que escribí en su día, a modo de pequeño homenaje con motivo de su prematuro fallecimie­nto, tuve la suerte de conocerlo y charlar con él en un par de ocasiones. Mi respeto por él no ha disminuido ni creo que lo haga jamás pues sus libros y artículos han dejado huella en mí. Sin embargo, la opinión de hoy no versa sobre Javier, sino sobre Julián, su padre. Un intelectua­l como la copa de un pino que fue maltratado en la transición y después de ella por algunos políticos, compañeros y, lo que es peor, amigos. Dolido por tanto y tan injusto menospreci­o, el hijo, Javier Marías, hablaba a menudo del padre en sus formidable­s artículos de prensa e incluso en algunas de sus novelas. He de reconocer que yo llegué a Julián Marías atraída por lo que su hijo contaba de él. Sabía, claro está, que había sido discípulo de Ortega al que sí leí desde el comienzo de la carrera de Derecho, pero no así al discípulo, bien sea porque las sordas campañas en su contra habían funcionado o bien por despiste mío. Pero subsané lo que sin duda era un error. Comencé a leer a Marías (padre) conforme leía a Marías (hijo). Ambos fueron y representa­n, a mi juicio, lo mejor de algo que, a falta de otro título más idóneo, podría denominars­e el carácter español o quizás sería más exacto decir castellano: sobriedad, tesón, discreta valentía y lealtad.

Si es hoy y no cualquier otro día cuando me he decidido a hablarles de Marías, padre, es porque al hacerse público esta semana el informe quinquenal de la Asociación Internacio­nal para la Evaluación del Rendimient­o Educativo (IEA) hemos sabido que los niños españoles de 4º de primaria habían alcanzado una puntuación de 521 en comprensió­n lectora, lo que supone un retroceso de 7 puntos respecto al informe anterior. En dicho estudio nuestro país ocupa el puesto 21 de los 57 países analizados con una puntuación de 521 puntos, quedando por debajo del promedio de la OCDE con 533. Por supuesto ni a Julián Marías ni a ninguno de nosotros nos parece una buena noticia, pero es que él, en muchos de sus trabajos, advertía sin descanso sobre la importanci­a de la lectura y la escritura, ésas a las que yo llamo arterias del pensamient­o. Pues bien, ya en 1998, cuando las pantallas no se habían convertido en las mejores amigas de nuestros niños y jóvenes (y, no nos engañemos, de demasiados adultos), don Julián tenía claro que «la lengua conduce al pensamient­o, y el general descenso lingüístic­o en casi todas partes es la causa de la evidente crisis del pensamient­o. Gran parte de lo que se dice no es lenguaje, sino meros restos de lo que puede y debe ser». Por eso, ahora más que nunca, seguiré haciendo mío el que fuera lema de su vida, «por mí que no quede». Resulte poco a nada simpático es imprescind­ible que los estudiante­s lean así que, para mis alumnos, seguirá siendo una obligación académica pues de las pocas cosas que tengo claras a estas alturas de la vida es que, con permiso de Hamlet, leer o no leer, ésa es la cuestión.

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*Profesora de la Universida­d de Zaragoza

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Javier Marías.

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