El Periódico Aragón

Falconetti y el crimen que ni una huella palmar con sangre pudo resolver

Eduardo Montori fue asesinado en 1996 en Ejea, pero el caso un jurado popular decidió no dejarlo cerrado

- LUIS M. GABÁS

Sin cabeza (que nunca se encontró), con 17 puñaladas en el tórax y con las huellas dactilares raspadas al igual que los tatuajes para intentar borrar su identidad. El cadáver correspond­ía al del joven Eduardo Montori, conocido como Falconetti, y el hallazgo lo realizó la Guardia Civil en 1996 en una vivienda de Ejea de los Caballeros. Desde el inicio un nombre, el de Pablo Miguel C. L., estuvo en las quinielas, pero los investigad­ores no pudieron sentarlo en el banquillo hasta que no pasaron 20 años; gracias a los avances en Criminalís­tica permitiero­n determinar que una huella palmar ensangrent­ada impresa en el escenario del asesinato correspond­ía a ese hombre. Sin embargo, un jurado popular no vio prueba suficiente, decidiendo exonerar al principal sospechoso y dejar el caso sin resolver.

Era una mañana de domingo y el fuerte olor por la descomposi­ción del cadáver como consecuenc­ia del calor fue, como suele ocurrir en estos casos, el que dio aviso a los vecinos del número 2 de la calle Zaragoza, situada en uno de los barrios de esta localidad de la comarca de las Cinco Villas. Salía del bajo en el que vivía, de alquiler, la víctima, un joven de 34 años que tenía antecedent­es por robos y estafas y que se le relacionab­a con el tráfico de drogas. Era el día 15 de septiembre y Ejea no cabía en su asombro por una muerte que parecía que era un ajuste de cuentas.

La escena del crimen se llenó de agentes, curiosos y también periodista­s que, incluso, cuatro de ellos fueron detenidos y puestos inmediatam­ente en libertad por la magistrada titular del Juzgado de Instrucció­n número 2 de Ejea que quiso saber si habían accedido al escenario del crimen porque habían conseguido fotografia­r y grabar con sus cámaras la terrible escena en la que el cuerpo estaba bocabajo sobre un colchón lleno de sangre y las paredes también repletas de salpicadur­as.

No fueron los arrestados en aquel momento. Unos días después tres jóvenes de la localidad eran detenidos y puestos en libertad por su presunta implicació­n en los hechos. La investigac­ión de se centró desde el principio en su entorno más próximo y en la única hipótesis del ajuste de cuentas. Una de las caracterís­ticas que tenían en cuenta del autor o autores fue su conocimien­to del cuerpo humano en la forma en la que dio las cuchillada­s certeras y, especialme­nte, en cómo consiguió cortarle la cabeza y separarla de las vértebras de una forma limpia.

Los miembros de la Guardia Civil creían que a Montori lo habían asesinado o por un asunto de drogas o por una estafas a varias empresas de Zaragoza, Navarra y La Rioja. Finalmente pesó más la teoría del tráfico de sustancias estupefaci­entes pues el instituto armado fue conocedor que la víctima mortal y Pablo Miguel C. L. viajaron a Pamplona para comprar droga con un cheque que resultó ser sin fondos.

Una sospecha que tenía su peso en la investigac­ión, si bien la Guardia Civil recibió un frío portazo del laboratori­o cuando analizó en aquel 1996 las huellas apanes recidas junto al cadáver y dieron negativo al nombre de Pablo Miguel C. L.

Fueron pasando los años y las tecnología­s forenses fueron mejorando. El instituto armado no había cerrado el caso y en verano de 2016 recibió una esperanzad­ora noticia: la huella palmar ensangrent­ada aparecida en una de las paredes correspond­ía con el nombre que siempre rondó en las cabezas de los agentes. Faltaban dos meses para prescribir el caso.

Los especialis­tas de Madrid habían observado que había 12 puntos caracterís­ticos de la mano que coincidían con las del presunto autor.

La notificaci­ón de detención como supuesto autor de un delito de asesinato le llegó a Pablo Miguel C. L. a la prisión de Zuera, donde se encontraba cumpliendo condena por otros delitos.

A la evidencia científica se sumó la indiscreci­ón, en los últimos tiempos, a la hora de cubrir su rastro. Antes de que se reabriese la investigac­ión judicial había amenazado a un policía local de Ejea, estando detenido en el calabozo, diciéndole: «A ti te voy a matar, como hice con Falconetti». Fuera una bravuconad­a o no, la amenaza se hizo constar en el atestado policial, remitido al juzgado que llevaba el crimen. No es que motivara la reapertura, pero es un apoyo más a las conclusiod­e los agentes.

El esperado juicio para la Guardia Civil y para el abogado de la víctima, el fallecido Javier Notivoli, llegó en abril del 2017. Ante los miembros del jurado popular constituid­o en la Audiencia de Zaragoza, aseguró que él no era el autor y que la prueba de la huella no le pertenecía a él. «Es un copia y pega que ha hecho la Guardia Civil para ponerse la medallica, no querían que prescribie­ra el caso sin resolver», espetó para asombro de todos, asegurando que eran «muy amigos».

Pese a las explicacio­nes de los expertos y de los investigad­ores, los miembros de este tribunal popular admitieron a lo largo de su comparecen­cia que durante la celebració­n del juicio «no se despejaron muchas de las dudas» que este asunto planteaba. Llegaron a afirmar que las pruebas incriminat­orias «eran insuficien­tes». Admitieron que el encausado estuvo junto al cadáver porque así lo señala la prueba que aportó hace menos de un año la Guardia Civil tras digitaliza­r y analizar, con la nueva tecnología forense, las fotografía­s que en su día se realizaron del escenario del crimen. Sin embargo, entendiero­n que no había quedado acreditado que el encausado fuera quien degolló y asestó hasta 17 puñaladas a la víctima. Tampoco que posteriorm­ente lo quemara.

De hecho, la forma «limpia» para desmembrar el cadáver y para

sospechó del mismo autor, pero fue absuelto

cabeza, con 17 puñaladas y parcialmen­te quemado

20 años después, tras una nueva prueba

apuñalarlo indicaba, según los forenses, que el autor tenía conocimien­tos específico­s. Unas habilidade­s que apuntaban clarameent­e a Canales, en opinión de las acusacione­s que pedían hasta 23 años de prisión, ya que procedía de una familia de ganaderos. Hipótesis que rechazó el jurado por entender que durante el juicio «no se ha probado» que tuviera estas habilidade­s. Afirmaron que ningún testigo confirmó dicho extremo, ni su exmujer.

Con la sorpresa aún sin poderse contener, el magistrado presidente de aquel tribunal, Francisco Picazo, declaró la absolución de Pablo Miguel C. L. en una sentencia in voce, que arrancó un «se ha hecho justicia» por parte del abogado defensor Javier Elía. Tras ello y poco antes de volver a Zuera el procesado llegó a mirar a los nueve hombre justos a los que guiñó el ojo y sonrió antes de ser conducido por la Guardia Civil.

Así se quedaba sin resolver un caso con la pregunta de si el encausado estuvo ahí y la víctima era su amigo... ¿Por qué nunca reveló quién fue el asesino?

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DE CASTRO / LOSADA Pablo Miguel C. L., principal sospechoso del crimen, ya exonerado, junto al escenario del mismo.

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