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La 41ª jornada de Segunda El Zaragoza pasea su mediocridad por Ibiza renunciando a más dinero por un puesto más alto o alegrar el día a su maltrecha afición Escribá contó más con los que no cuentan nada =
No está este Zaragoza para tener poco que ganar. El partido en Ibiza, ante un rival ya descendido a Primera RFEF, se podía afrontar de varias maneras. Por un lado, se trataba de una oportunidad para jugadores relegados durante gran parte de la temporada y a los que la intrascendencia del envite animaba a demostrar la equivocación del técnico. Pero, aun sin presión clasificatoria, el duelo también presentaba otros alicientes. Menores sí, pero que deberían ser más que suficientes para futbolistas profesionales. Sin ir más lejos, la obligación de acabar otro curso insoportable en la mejor situación posible en la tabla, con la consiguiente repercusión económica. Pero, además, estaba en juego la honradez profesional de cada uno. Muchos de ellos en primera línea del escaparate habida cuenta de que no entran en los planes de futuro del club.
Nada de eso fue suficiente. El Zaragoza paseó su mediocridad por Ibiza, donde completó una segunda parte indecente que merece más de un tirón de orejas para jugadores y cuerpo técnico, de nuevo errado en la elección de relevos. Se supone que Escribá quiso compensar el esfuerzo en los entrenamientos, repartir minutos y quedar bien. Pero tal vez logró todo lo contrario. Porque el equipo fue una aberración. Un desastre. Un fiasco. Una porquería.
El Ibiza ganó casi sin querer a un Zaragoza que apenas fue capaz de disparar a puerta ante uno de los peores equipos de la categoría que, envuelto en los tres centrales de siempre de Alcaraz, se propuso despedirse de su afición entregando el balón y la responsabilidad a un rival que, como es bien sabido por todo el mundo, nunca sabe qué hacer con ambas cosas. Solo corriendo
Superados
Si estos partidos debían servir para sumar los primeros puntos del futuro, el borrón es mayúsculo
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Minimizar la derrota sería un error. Huir de la mediocridad pasa por dejar de justificar estos bochornos
hace daño el Zaragoza, así que el Ibiza le negó las transiciones y los espacios y se dedicó a esperar el fallo de casi siempre.
La penúltima jornada del curso devolvió a ese Zaragoza vulgar que Escribá se prometió desterrar y que ha vuelto para desesperación de una masa social cansada ya de perdonar afrentas. No están las cosas para más bochornos ahora que desde la sala de prensa cunde el empeño en vender ilusión y futuro sustentados sobre una mejor plantilla. Si, como sostiene el técnico, estos últimos partidos debían servir para sumar los primeros puntos de la próxima temporada, lo de ayer es un borrón mayúsculo que debería tener consecuencias. Para empezar, el próximo partido, el último del curso, en el que la participación únicamente debería estar reservada a jugadores que cuentan, canteranos y demás. Y Zapater, claro. Que esa es otra.
Ni más perricas por puesto ni chufletes para expresar la alegría por un buen final para anunciar un mejor porvenir. Nada de eso lució un Zaragoza que volvió a fallar a los suyos. Otra vez.
Así que toca armarse de paciencia, respirar hondo y esperar a que todo esto acabe de una santa vez. Se impone soñar con tiempos mejores y con el fin de esa mediocridad en la que lleva demasiados años instalado un equipo que se permite el lujo de marcharse de vacaciones sin habérselas merecido. Lo hizo en Ibiza, un buen sitio para casi todo, pero no para renunciar al orgullo y la dignidad para centrarse en lucir palmito al sol y ganar bronceado.
De hecho, el mayor error sería minimizar la relevancia de una derrota sin consecuencias. Porque las tiene. Para empezar, escapar definitivamente de la mediocridad pasa por dejar de justificar bochornos como este.
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