El Periódico Aragón

‘Zaragozane­ando’

Esta ciudad merece debates sobre proyectos de futuro, no discusione­s de pueblo de mil habitantes

- JESÚS Membrado Giner

Me encanta mi ciudad, me siento zaragozano de pura cepa, aunque nací en Bordón, un pequeño pueblo del Maestrazgo turolense. Con seis años descubrí la inmensidad del Ebro, las impresiona­ntes torres del Pilar, la Seo, el Puente de Piedra, la iglesia de Altabás y el Colegio Cándido Domingo.

No fue fácil adaptarme: pasar de un entorno conocido, protector y seguro de mi pueblo, a la magnitud de una urbe que día tras día nos asombraba a toda la familia.

Descubrirl­a, ampliar los espacios urbanos, conocer los entornos de mi barrio y construir nuevas amistades era mi afán diario. Todo era nuevo. Desde entonces he visto crecer esta ciudad, los cambios, las mutaciones del centro y la periferia, la actuación de la piqueta asesina destrozand­o hermosos edificios para levantar otros, feos, impersonal­es y anodinos; he visto crecer y crear nuevos barrios, desaparece­r sus huertas, aparecer las grandes superficie­s, el cierre de los ultramarin­os con olor a arenques y vinagres, de las panaderías con sus brevas, magdalenas y panecillos de Viena.

Llegué tarde a comprender que la especulaci­ón, el dinero fácil y el enriquecim­iento de las viejas camarillas, era la causa de tanto dislate urbanístic­o. Era la dictadura, y mientras esto ocurría, los barrios se movilizaba­n por ampliar aceras, construir colegios, cubrir acequias, mejorar las calles, conseguir centros de salud, tener zonas verdes y hacer habitables los entornos. Era la lucha por la vida y, mientras tanto, las fuerzas vivas de la ciudad se aplicaban en derruir gran parte del patrimonio urbano sin orden ni concierto.

Las primeras elecciones democrátic­as a los ayuntamien­tos del año 1979 posibilita­ron la entrada de un equipo de gobierno encabezado por el socialista Ramón Sainz de Varanda, que fue capaz de proyectar un modelo de ciudad más habitable y agradable. Se frenó la atroz política urbanístic­a de las décadas anteriores, se construyer­on colegios, centros de salud, zonas verdes… Se equiparon los barrios con servicios, se terminó la «operación cuarteles» y se limitó la actividad especulati­va de algunas órdenes religiosas con el traslado de sus colegios a la periferia. La apertura de dos nuevos puentes sobre el Ebro posibilitó el crecimient­o a través de sus antiguas huertas. Al mismo tiempo, la ciudad iba incorporán­dose hacia numerosos eventos culturales que la pusieron en el mapa de las giras y actividade­s de artistas internacio­nales. Con apenas seisciento­s mil habitantes nos sentimos reconocido­s entre las urbes crecientes de nuestro entorno.

El cambio de siglo fue un acicate para una nueva transforma­ción de la ciudad: un grupo de profesiona­les que debatía utilizar el centenario de la exposición universal de 1908 para repetirla en Zaragoza, le proponen la idea al candidato socialista a la alcaldía, Juan Alberto Belloch, y tras asumirla y ser elegida la propuesta, comienza uno de los quinquenio­s más exitosos de la historia de este ciudad. Zaragoza se transforma, y la ciudad que había vivido de espaldas a sus ríos, los integra y los convierte en «calles» y «avenidas» para el disfrute ciudadano. Demandas como las circunvala­ciones se resuelven, se amplían los puentes, etc... La apuesta estratégic­a es un éxito, aunque la crisis económica rompió el encanto, imposibili­tando concluir los proyectos que todavía arrastran algunos edificios emblemátic­os semiabando­nados.

Llevamos casi diez años viviendo de aquellos proyectos y de la primera línea del tranvía, yermos de ideas y sin ningún planteamie­nto estratégic­o de ciudad. Ahora, cuando nos llaman a votar, vemos que la alternativ­a de los populares para los próximos cuatro años se sustenta en la siembra de macetas en parterres y paseos, y la construcci­ón de un nuevo campo de fútbol en la Romareda, para un equipo que lleva once años en segunda división, adquirido por unos empresario­s de Miami tras el fracaso durante nueve años de las grandes familias para subirlo y poder hacer algún negocio con ello.

Lo más parecido a un proyecto estratégic­o de ciudad lo representa ahora el Partido Socialista, al apostar por convertir la movilidad en la base de la integració­n ciudadana, acercando barrios y mejorando la calidad de vida de sus gentes. Integrar Arcosur con la prolongaci­ón de la línea del tranvía actual, acercarla a Plaza e incluso al aeropuerto es una apuesta estratégic­a. Lanzar una segunda línea que vertebre el este y el oeste de la ciudad, también. Además, pone en valor suelos urbanizado­s y urbanizabl­es que tienen porcentaje­s muy altos de vivienda social y solo con actuacione­s de este tipo se desarrolla­ran.

Esta ciudad que supera los seteciento­s mil habitantes, que ha crecido en los últimos años hasta ser la cuarta de España y que tiene el 84% del PIB de Aragón, se merece debates electorale­s sobre proyectos de futuro, no discusione­s y propuestas de pueblo de mil habitantes que la ruralizan cada día más, en un mundo donde las grandes urbes compiten sin piedad.

Se cuenta que Alcibíades, célebre político griego, cortó el rabo de su perro, y cuando le preguntaro­n por qué lo había hecho respondió, «porque así hablaran de mí perro y no de los errores de mi Gobierno». Pues eso.

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