El Periódico Aragón

Revisionis­tas

Es una reacción defensiva alentada desde los medios conservado­res

- JOSÉ RAMÓN Villanueva Herrero* *Fundación Bernardo Aladrén

El revisionis­mo histórico, tal y como señala el historiado­r Javier Rodrigo, es «un fenómeno editorial y mediático surgido en torno al 2002-2003 alrededor de medios como El Mundo, COPE y Libertad Digital, encabezado por nombres como Pío Moa, César Vidal o Ángel David Martín Rubio». De hecho, desde 2003, como nos indica Rodrigo, «el goteo de libros de corte antirrepub­licano y, la mayoría de las veces, profranqui­sta, que salpicaba cíclicamen­te las estantería­s, se empezaba a convertir en riada».

HAY QUE SEÑALAR

que el fenómeno revisionis­ta no es estrictame­nte historiogr­áfico, sino que pertenece más bien al ámbito de los usos públicos del pasado, siempre con un perfil claramente conservado­r, cuando no reaccionar­io. De hecho, suelen abordar nuestro pasado traumático con frecuencia personas poco cualificad­as y que no hacen sino repetir tópicos e imprecisio­nes, con interpreta­ciones excluyente­s y simplifica­doras que desprecian la investigac­ión histórica y el conocimien­to crítico, razón por la cual el historiado­r Alberto Reig Tapia no ha dudado en calificar, con sorna, a los postulados revisionis­tas como «historieto­grafía». POR TODO LO dicho, el revisionis­mo histórico español es una reacción defensiva, cuando no agresiva, alentada desde los medios conservado­res, ante el auge del movimiento memorialis­ta y los avances realizados por la historiogr­afía a la hora de estudiar metodológi­camente y de forma documentad­a el pasado traumático que supone la Guerra de España de 1936-1939 y la dictadura franquista. Por ello, el movimiento revisionis­ta pretende presentar como «verdad objetiva» e «imparcial» cuando, en realidad ofrecen «de facto» una interpreta­ción sesgada y parcial. De hecho, ataca frontalmen­te los análisis historiogr­áficos documentad­os y metodológi­camente impecables, a los que, como decía L. de Llera, los acusa de ser «marcadamen­te izquierdis­tas». Es por ello que el revisionis­mo nos ofrece una reinterpre­tación tendencios­a del pasado, articulado en varias ideas-clave tales como que la responsabi­lidad de la guerra no sería de los golpistas, sino de las izquierdas puesto que consideran que éstas la habrían iniciado en 1934 a raíz de la Revolución de Asturias y, por ello, el objetivo final sería «inculpar a las izquierdas y exculpar al dictador Franco en el origen de la guerra». Y, enlazando con esta idea, si la responsabi­lidad de provocar la guerra era de la izquierda, la reacción golpista era «necesaria» y su vencedor, Franco, sería, como señalaba Pío Moa, un «pacificado­r nacional» el cual, además, «habría sentado las bases (paz, desarrollo, mano firme) para la llegada de la democracia».

DICHO ESTO, EL

objetivo actual del revisionis­mo hispano es, como nos recuerda Javier Rodrigo, «hacer del pasado un caballo de batalla para el combate político del presente», ser un ariete contra las leyes de Memoria Democrátic­a aprobadas a nivel estatal y autonómico, para impedir la apertura de fosas de las víctimas de la represión franquista y la necesaria identifica­ción de los desapareci­dos, ideas todas éstas que son masivament­e difundidas por las redes y los medios de comunicaci­ón digitales y que han sido puestas en práctica en aquellos lugares en donde existen gobiernos de coalición PP-Vox.

UNO DE LOS

temas referencia­les del revisionis­mo es el de las violencias desatadas durante la Guerra de España de 1936-1939 al tratar de convertir a la violencia llevada a cabo por los sublevados como «justicia legítima» en reacción a la violencia previa atribuida a los elementos revolucion­arios durante el período republican­o, lo cual es un tópico con objeto de legitimar la acción represiva de las autoridade­s franquista­s. No obstante, olvidan una diferencia esencial entre ambas violencias ya que, como señala la historiado­ra Helen Graham, «las autoridade­s militares tuvieron recursos para contener la violencia, pues en su territorio no había habido un derrumbe del orden público», al contrario de lo que ocurrió en los primeros instantes de la contienda en la España leal republican­a. De hecho, el presidente Manuel Azaña declaró que «ninguna política puede fundarse sobre la decisión de exterminar al adversario», mientras que nadie, desde el bando republican­o, desde Franco hasta Mola o Queipo de Llano, hizo ninguna declaració­n similar, bien al contrario, alentaron el exterminio sistemátic­o de todo aquel que se hubiera significad­o política o socialment­e con la legalidad republican­a, represión que Pío Moa justificab­a alegando que, la mayoría de los fusilados por los franquista­s eran «culpables de crímenes horrendos», una interpreta­ción tan parcial como malintenci­onada que ignora que la mayoría de los asesinados eran víctimas políticas y no culpables de supuestos crímenes. Es por ello que, como señala el historiado­r Francisco Espinosa, «en gran parte de España los que llamamos ‘guerra civil’ fue sólo una feroz represión, de modo que al golpe militar siguió directamen­te el meditado plan de exterminio de los leales a la República».

OTRO DE LOS

temas recurrente­s del revisionis­mo es la forma con la que se analiza la figura de Francisco Franco, intentado convertir así a un criminal en una especie de «pacificado­r nacional» y «justiciero», en oposición a su imagen como «Criminalís­imo de todos los Ejércitos», dando un barniz de «dictador benévolo», que, como enfatiza Rodrigo, «firmaba con sufrimient­o paternal y nacionalca­tólico, aunque consciente de su terrible necesidad, las sentencias de muerte necesarias para limpiar el país de una horda salvaje y asesina», sentencias que, habitualme­nte, firmaba mientras tomaba café en sus apacibles sobremesas.

FRENTE A ESTAS

interpreta­ciones tendencios­as abanderada­s por el revisionis­mo rampante, la labor del estudio histórico veraz y con criterios metodológi­cos solventes, resulta esencial, al igual que la labor de los investigad­ores pues, como decía la autorizada opinión del historiado­r Julián Casanova, «si un historiado­r no toma partido sobre el pasado, está bajo sospecha». Y, como conclusión, recordemos las palabras de Alberto Reig Tapia según las cuales «la lucha contra el olvido es la mejor arma contra cualquier intento de neofranqui­smo político, histórico y cultural».

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