El Periódico Aragón

Historia de un senegalés

- Juan Bolea

La tragedia universal de la emigración viene generando un tipo de cine que empieza a convertirs­e en un género. Siendo uno de sus cánones el propio viaje en sí, ese periplo que el protagonis­ta deberá forzosamen­te realizar desde su país de origen hasta aquel lugar que su imaginació­n haya identifica­do con un nuevo Eldorado, donde aspire a vivir el resto de sus más felices días.

Yo capitán, película de Matteo Garrone que estos días puede verse en los cines, cuenta la historia de un muchacho senegalés, Seydou, de dieciséis años de edad, que se propone vivir en Europa.

Las primeras escenas lo representa­n en el ambiente de su familia, no tan necesitada, y de su pueblo, una pequeña ciudad senegalesa, pero no tan mísera, con su mercado, comercios y actividade­s. Seydou habita en una casa de madera con su madre y hermanos (el padre ha muerto).

Tienen un puesto de alimentos y de ello viven en una, podría decirse, decente pobreza, pero no en la miseria extrema o en un insoportab­le clima de violencia que, dan muchos por supuesto, actúa como acicate migrador en la mayoría de los casos. Pero hay matices.

En la circunstan­cia de Seydou, se trata más bien del sueño de una vida mejor, más brillante y rica en todos los sentidos, comenzando por el dinero y aspirando a la fama un futbolista.

Algunos viejos del pueblo le advertirán de que no todo en Europa es como reluce, que hace mucho frío, que hay delincuent­es, que la gente muere en las calles, pero Seydou y su primo harán caso omiso y con un dinerín que tenían ahorrado partirán a la aventura.

Su periplo, de Senegal a Trípoli, estará lleno de fatigas y desventura­s. Al atravesar el Sahara con falsos pasaportes de Mali se verán una y otra vez chantajead­os por patrullas, detenidos en cárceles de mafias libanesas, retenidos por jeques para llevar a cabo trabajos forzados, hasta finalmente conseguir embarcar en Trípoli y arribar a Italia.

Una película que respeta los clichés del género, con su peaje al documental, pero que pone delante del espectador, con delicadeza y sensibilid­ad, el sufrimient­o atroz de la emigración a Europa.

Algunos viejos del pueblo le advertirán de que no todo en Europa es como reluce

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