El Periódico Aragón

La partida nacionalis­ta

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Miguel Á. Castro Zaragoza

Para ganar una partida de ajedrez, lo único verdaderam­ente imprescind­ible es sentarse a jugarla. Esto es precisamen­te lo que ha hecho el independen­tismo catalán desde el minuto uno de la democracia. Mientras los que presumen de ser partidos de Estado solo pensaban en afianzar sus sillones, pactando con el nacionalis­mo catalán lo que hiciera falta para poder gobernar, los otros, aparte de pedir gestiones de dinero para su región, iban moviendo ficha, con una hoja de ruta que les llevaría a una posición ventajosa.

Pero a mí me gustaría pensar que hubo un punto de inflexión, marcado por los acontecimi­entos que siguieron al referéndum unilateral de independen­cia. Quiero pensar que, a partir de entonces, los dos partidos mayoritari­os y la Casa Real crearon una mesa de trabajo para terminar con la pasividad estratégic­a ahora que la partide da todavía no está completame­nte perdida. Algo discreto, con un perfil más técnico que político en los actores que la compusiera­n y con la mínima cantidad de gente informada, porque no se pueden perfilar estrategia­s con las cartas levantadas.

Si se hizo o no, no lo sabemos, porque lo que podemos apreciar desde fuera no es más que el conocido juego del poli bueno y el malo completame­nte coherente con el mejor plan, pero también, la inevitable situación aunque no haya tal.

Todo lo que estamos viendo ahora, con la amnistía y las tremendas concesione­s económicas a Cataluña o lo que veremos con el inevitable referéndum de autodeterm­inación, no es más que la consecuenc­ia lógica de una posición de inferiorid­ad a la que nos han abocado los que tenían la responsabi­lidad de sentarse a jugar la partida en nombre de la unidad estatal.

La cuestión es si el día después de los referendos de independen­cia catalán y vasco, seguiremos con un tipo de sistema electoral que ha demostrado ser la piedra angular del secesionis­mo, fomentando la segregació­n de esas u otras regiones del Estado a medio y largo plazo, a cambio de una gobernabil­idad cara y a corto.

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