El Periódico Aragón

Perdió la vergüenza

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Jesús D. Mez Madrid Zaragoza

Dice Aristótele­s que «la autoridad, por naturaleza, tiende a hacer el bien a quienes le están sometidos. Pero si la autoridad se corrompe, perderá de vista el bien común, perderá su naturaleza y perderá su propia razón de ser y ya nadie le estará sometido».

No se trata de la vergüenza política que Pedro Sánchez perdió hace mucho tiempo. Es esa vergüenza de los niños cuando les mandan hacer algo en público: recitar una poesía, cantar una canción en la fiesta del colegio o besar a una amiga de la mamá que se encuentran en la calle. Es cuando el niño dice aquello de «me da vergüenza». Con el tiempo el niño va perdiendo esa vergüenza y se atreve con todo y no da importanci­a a nada.

Sánchez perdió la vergüenza política –si es que alguna vez la tuvo– en el mismo instante en el que apareció en política; pero la otra vergüenza, esa del «me da vergüenza», la ha ido perdiendo a trozos y ya nada le da vergüenza.

Así, y fuera de la actuación más o menos política y en el mismo paquete, no le da vergüenza subvencion­ar a su hermano, colocar a los amiguetes, plagiar a diestro y siniestro y presentar libros que todo el mundo dice que no ha escrito.

Son algunos ejemplos, pero no demasiados, porque a Sánchez tampoco le da vergüenza vivir del cuento y de los cuentos, enchufar a su mujer en la Complutens­e, no asistir a una sesión parlamenta­ria en la que se va a hablar de la amnistía o tener de «pasapalabr­as» a personajes tan edificante­s y dialogante­s como por ejemplo Puente o López (pero Pedro ¿tú sabes lo que es una nación?).

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