El misionero de Sádaba que cambió la vida a decenas de niños ciegos en Níger
El párroco Rafael ➲ Marco lleva más de 50 años de sacerdote en varios países africanos
Rafael Marco tenía tan solo 15 años cuando una charla cambió su vida. El párroco sadabense tan solo llevaba dos cursos en el Seminario de Zaragoza, pero al escuchar la experiencia de un misionero descubrió que su vocación estaba al sur del planeta, en el inmenso continente africano. «Ya de niño me fijaba mucho en la gente más pobre y marginada, siempre lo tenía en la cabeza», cuenta a este diario, y recuerda: «Todavía guardo la imagen de aquel hombre. Vinieron muchos misioneros, pero aquella charla me marcó y vi que la misión en África era mi vocación».
Tras acabar el bachiller superior en la capital aragonesa, Marco emigró a Francia, donde estudió Filosofía y Teología, hasta que en 1970 fue ordenado sacerdote. La primera misa la celebró en su Sádaba natal, en el mes de marzo, un día que rememora como «una gran fiesta para mí». Pero, pocos meses después, el sacerdote recién instruido cumplió su sueño y, en septiembre, ya estaba en África. Su destino fue Benín, una pequeña república en la parte occidental del continente que, tras siglos de colonialismo, se había independizado una década atrás de la metrópoli francesa bajo su denominación histórica de Dahomey. «Era un país con bastantes peculiaridades. Por ejemplo, ahí surgió el vudú», explica Marco, que permaneció en el país durante cuatro décadas.
En 2010, en cambio, decidió cambiar su destino y fue a parar a Níger, un enorme y desértico Estado en la misma zona. Tras una primera misión que no pudieron completar, ya que tuvieron que salir del país debido a la inestabilidad provocada por el asesinato de Gadafi en Libia y la insurrección tuareg de 2012, el párroco de Sádaba regresó para cambiar para siempre la vida de decenas de niños ciegos, del mismo modo que a él le había sucedido lustros atrás en el seminario. «Llegamos a Gaya en 2018, en la frontera con Benín. Había una escuela inclusiva con cuatro o cinco niños invidentes que estaban totalmente relegados», asegura el misionero, que inmediatamente trató de encontrar una solución para ellos. «Organizamos un equipo junto a gente de ahí y logra
llevarles un profesor desde la capital para que aprendan braille», narra Marco. Un proyecto que, seis años después, sigue en funcionamiento, pero ya sin la presencia del sacerdote, que se ha desplazado a otra localidad, Dosso, con el mismo objetivo.
Es en este punto donde cabe contextualizar que en Níger, uno de los países más pobres del mundo (el 167 de 169 según Oxfam) y con una gran inestabilidad política, agravada con un reciente golpe de Estado, a los jóvenes invidentes se les considera como «malditos», confinándoles y, en los casos más extremos, llegando a sacrificarles. Además, muchos de ellos tienen ceguera por la oncocercosis, una enfermedad típica de zonas húmedas como el río Níger en las que un parásito, la mosca negra, puede llegar a destruir el nervio óptico de quienes entran en contacto con ella.
Una dramática situación que provoca que, como incide Marco al borde del llanto, «a nada que notan algo de cariño, se te abren». «Ver cómo juegan, se divierten entre ellos... Es algo que les cambia la vida totalmente». En Dosso, además, varios de los niños no podían asistir regularmente a las clases por la lejanía con sus casas. Por ello, la misión de Rafael Marco les facilita transporte y comida para que puedan pasar el día en la escuela.
Con todo, el objetivo del cura de Sádaba es que el proyecto se perpetúe: «No sé cuánto tiempo estaré, pero cuando no esté, quiero que esto funcione. Por eso he creado una fundación junto a mis sobrinos».