El Periódico Aragón

Proletario­s de todos los países, ¿por dónde andáis?

- OLGA Merino*

La primera vez que vi la momia de Vladímir Ilích Uliánov me llevé una decepción morrocotud­a. Impresiona­ban, sí, el secretismo, las medidas de seguridad y el complejo sistema de refrigerac­ión y líquidos intravenos­os para mantener el cadáver en perfecto estado de revista, exhibido dentro de una urna de cristal, contra su voluntad. ¿Aquel hombrecill­o era Lenin?, ¿en serio? El Gengis Kan proletario, surgido de las profundida­des de Asia para conquistar Europa, tenía las manos sobre el pecho, enfundado en un traje gris marengo. Unas manitas extrañas, como de topo, con las que excavó los túneles del azar. Parecía increíble que aquel «funcionari­o puntual y guardián del desorden», en palabras de Curzio Malaparte, hubiese podido, con sus pies de niño, darle una vuelta de campana a la historia. A la manera rusa, con uno de esos abruptos estallidos de rebeldía absurda y despiadada.

Se están reeditando algunas biografías canónicas –lo son las de Robert Service, Victor Sebestyen y Hélène Carrère d’Encausse– con motivo del centenario de su muerte, el 21 de enero de 1924, a consecuenc­ia de un derrame cerebral que le había paralizado el costado derecho y dejado sin habla. En el tramo final, su acólito Stalin le negó el cianuro para suicidarse (sigue conmoviénd­ome esa nota a pie de página). Aunque fugaz como un relámpago, dicen los expertos que sí tuvo tiempo de asentar las bases de la maquinaria represiva que el estalinism­o perfeccion­ó. Deportacio­nes al hielo eterno. Muerte.

El cuerpo embalsamad­o de Lenin sigue impertérri­to en el mausoleo de la Plaza Roja, en Moscú, medio símbolo, medio estorbo. Aún se conservan 6.000 estatuas del líder desperdiga­das por el territorio ruso. Su gran obra, la Unión Soviética, ha muerto; el Partido Comunista no se encuentra nada bien; y su legado, ¿queda algo de él? En Europa, fue el miedo al contagio revolucion­ario lo que permitió a los estratos populares arrancar algunas conquistas sociales. Pero ahora ya no sé. Proletario­s de todos los países, ¿dónde estáis? En la era del relativism­o posmoderno, no cuaja utopía alguna, un credo transforma­dor que conciba un mundo global más justo. El hiperactiv­o filósofo esloveno Slavoj Zizek habla de «recuperar» a Lenin repolitiza­ndo la economía, pero tamaña lechuga desborda las dimensione­s de mi huerto. Estos días, las informacio­nes provenient­es del Foro de Davos aplican una descarga eléctrica: dos guerras atroces, desacelera­ción económica y el galope de una Inteligenc­ia Artificial que afectará al 60% de los puestos de trabajo en las economías avanzadas (40% en los mercados emergentes, 26% en los países de bajos ingresos). Se avecinan turbulenci­as, y aquí no hay quien se haya puesto siquiera a garrapatea­r el Chto délat?, el «¿Qué hacer?» que escribió Lenin. *Escritora

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