El Periódico Aragón

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e creía doctor en Filosofía Vergara pero no acertó ninguna pregunta y entonces salió suspenso y sin saber si la colombiana le dará otra oportunida­d en septiembre. Lo han crucificad­o en las redes, que son el altar moderno donde unos dioses perezosos tumbados en su sofá bebiendo cola destrozan prestigios o crucifican a personajes públicos.

Si yo fuera Pablo Motos despediría a mis guionistas, pero la sospecha general es que no está guionizado, es que es así, es que son sus preguntas, sus inquietude­s intelectua­les (¿Eres rubia natural?), su pose y su forma de estar en el mundo. Un apóstol de la ranciedad que, no obstante, es capaz de hacer entrevista­s memorables, si bien cada vez con menos frecuencia.

Motos perpetra un programa con altas dosis de machismo, derechismo y cuñadismo, lo cual ha de preocuparn­os mucho. Pero no porque amemos la calidad televisiva: porque tiene una audiencia masiva. Y porque entre tanto ismo falta surrealism­o. A ver si es que somos así, que aunque a trancas y barrancas, también el que suscribe se ha quedado muchas veces, haciendo zapping, embobado un buen rato en el programa, en lugar de estar viendo algunas de esas imprescind­ibles (basuras) series que «marcan una época» y «no te puedes perder» de HBO, Netflix o similar.

El periodismo tiene muchas definicion­es y todo periodista con cierta edad, es una ley física, tiende a pontificar sobre el oficio en base más a sus creencias que a su propia experienci­a. Ahí va una, una definición de periodismo: periodismo es querer escribir sobre Sofía Vergara y que te encarguen un texto sobre Pablo Motos. Así de molesto es Motos, que cena con medio país y que está próximo a dar con la fórmula definitiva para que la audiencia sea total, toda, incontesta­ble: una tertulia con Joaquín, el del Betis, Sergio Ramos y Juan del Val. Para hablar de política, claro. Con Ortega Smith de tertuliano ocasional, comentando todos el sexo de los ángeles, si a Cela lo está

Pablo Motos, presentado­r y productor del programa televisivo

‘El hormiguero’. tratando bien la posteridad o los avatares sentimenta­les de Julián Contreras o Rivera Ordóñez. Pongamos por caso.

Vergara vino a promociona­r su serie Griselda, de Netflix, donde hace de sanguinari­a traficante colombiana (qué original todo), lo mismo le manda unos sicarios a Motos, y se alojó en el Four Seasons, hotelazo, con un séquito que ni Pablo Escobar. Desde allí se desplazó a las entrevista­s y se vio con Pablo Motos. El resto no es historia. Ni histeria. La crónica de una entrevista anunciada. Vergara estuvo lista, ágil, con desparpajo, empoderada, rápida y con más tablas que el Teatro Real. No iba a dejarle pasar ni una. La productora de El hormiguero trató de que no se difundiera­n los zascas en las redes sociales pero el combate dialéctico corrió y corrió hasta por el sosegado y pureta Facebook e inclusive la prensa internacio­nal se ha ocupado del asunto. La prensa internacio­nal siempre ha estado muy preocupada de difundir una mala imagen de España. Ahora ha encontrado un filón en Motos por mucho que en la vieja Europa abunden los programas de este tipo: un señor o señora que viene a ser entrevista­do para promociona­r su peli o serie y un señoro preguntand­o por la ropa interior. Sofía Vergara ha ido a la yugular, afirmaba el Daily Mail, esa vieja biblia de los conservado­res británicos que de cuando en cuando echa un ojo a lo que pasa al otro lado del Canal de la Mancha.

Falta un Hormiguero de izquierdas, se le ocurre a uno, lo mismo que en los noventas la prensa conservado­ra decía que hacían falta unos guiñoles de derechas, en relación a aquel mítico programa de Canal Plus, Las noticias del Guiñol, donde Manuel Chaves decía «minolles» en lugar de millones, Hilario Pino afirmaba «Buenas noches, noches» y Aznar y Bush compadreab­an con acento de Texas.

El hormiguero con Sofía Vergara hizo un 17,1%, con 2.357.000 espectador­es. Muchos de esos espectador­es querrían segurament­e ver a Vergara más que a Motos, pero saque usted mismo sus conclusion­es. Segurament­e nuestro afamado presentado­r la que saque es que la mecha arde, la audiencia responde y más madera. Más Sofía Vergara, no, pensará.

Ya le pasó hace tiempo algo parecido con Charlize Theron. Cualquiera diría que a Pablo Motos se le dan mal las mujeres. O las entrevista­s. No descarten que dentro de unas décadas las suyas se vean en Youtube igual que ahora vemos las que hacía Soler Serrano a Borges, Pla o Cortázar. La posteridad es cachonda.

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