El móvil también pone patas arriba a los usuarios de la tercera edad
«No somos inútiles, pero excluyen a mucha gente», dice una usuaria de 71 años, María Martín Seis de cada diez personas mayores de 65 años utilizan dispositivos móviles en su vida, según el INE
Hace seis años que tengo móvil y he aprendido a usarlo por mi cuenta. Me mandan fotos, leo noticias y le pido a Google que me ponga música», afirma Asunción Pulido, de 86 años. Llorenç Guasch, de 74 años, se defiende con destreza y Loli Hurtado, de 92, aún se enreda, admite, demasiado a menudo. Como todas las franjas de edad, las personas mayores son un grupo extremadamente heterogéneo –también en su relación con el móvil–, pero el sentir general es que los dispositivos, apreciados en tanto en cuanto los conectan con el mundo, no están diseñados pensando en ellos.
«No somos inútiles, pero excluyen a mucha gente. A veces sientes que te estás dejando la vista. Y tengo conocidos a quienes les cuesta manejarse con la pantalla táctil porque empiezan a tener problemas de pulso», explica María Martín, de 71 años, que da cuenta de algunos incidentes de los usuarios sénior. A menudo, explica, comparten fotos o vídeos que almacenan y luego no pueden encontrar. O se ponen nerviosos si no contestan con la rapidez que querrían. O clican en enlaces sospechosos cuando no directamente peligrosos. «A mi marido he tenido que desactivarle un servicio de una operadora que le cobraba 10 euros al mes», añade María. Las estafas a personas mayores aumentaron el 78%.
La relación de los mayores con el móvil, desde la usabilidad hasta su impacto cotidiano y emocional, es un territorio casi ignoto para la investigación académica, concentrada –se diría casi que con obsesión– en el público infantil y juvenil. Aun así, empieza a haber datos y reflexiones sobre un dispositivo que utiliza con frecuencia más del 60% de las personas mayores de 65 años, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
«Es indudable que los teléfonos están diseñados para individuos jóvenes que saben navegar de forma intuitiva», afirma Lucía Velasco, economista y autora del libro ¿Te va a sustituir un algoritmo?. «Para las personas mayores, que generalmente ven peor o empiezan a tener menos precisión, todo es más complicado –añade–. Si te pasas de simple con el aparato, no puedes hacer la mitad de cosas. Y, claro, muchos sienten desesperación y frustración, y llegan a pensar que ya no valen».
EL DESAFÍO Desde la asociación Som Seniors, Lourdes Charles Jaimejuan también pone en cuestión los sesgos excluyentes del diseño de los móviles (que no solo sufre la gente mayor), aunque subraya que la experiencia del colectivo es mucho más rica que todo ese fardo de clichés que remiten a jubilados enganchados al aparato, entrando sin querer en webs porno –«mamá, qué has tocado?» «Yo no he hecho nada, hija, esto me ha salido solo»– y enviando mensajes intempestivos –y por partida doble, triple o cuádruple– a amistades y familia. «Los problemas con el smartphone no son exclusivos de la gente mayor», reitera.
Aun así, el desafío está ahí. «Hemos empezado a ver cómo la gente mayor recibe un teléfono inteligente como regalo en las Navidades», explica Eugenia Madrid, responsable de la Unitat de Gent Gran del Ayuntamiento de Badalona. «Y tienen muchas ganas de acceder y utilizarlo, pero hay un gran grupo que no sabe cómo hacerlo». Desde el ayuntamiento han puesto en marcha cursos.
TARIFAS ASEQUIBLES En este sentido, un estudio de la UOC publicado el año pasado ya desmentía que hacerse mayor implique usar menos las tecnologías digitales. De hecho, un factor clave son las tarifas asequibles. Según este informe, realizado por las investigadoras Miria Fernández-Ardèvol,
CON GANAS
Andrea Rosales y Francisca Morey Cortès, las personas mayores usan más el móvil en los países donde los precios son más accesibles.
«Saber usar un móvil los hace estar más estimulados y menos aislados», afirma Eugenia Madrid. «Con estos cursos queremos que se den cuenta de que pueden disfrutar de ellos, que los vean como un aliado», dice.
«Estamos viendo que cuando la gente comienza a aprender aumenta su autoestima», añade. Sin embargo, no todos pueden acceder a estos cursos. «Ojalá hubiese clases en mi residencia», expresa Ascensión Pulido, que se desplaza en silla de ruedas y vive junto a su marido en una residencia. Gracias al móvil, dice, se distrae, habla con amigas y mira vídeos en YouTube. La letra del teléfono, que está en su máximo tamaño, también le permite leer las noticias. Le gustaría saber usar mejor el Whatsapp o buscar en internet.
En su antigua residencia, había una señora que la ayudaba, pero en la de ahora nadie tiene teléfono. «Los mayores utilizan el móvil para lo mismo que los demás», explica la experta Andrea Rosales.
Sin embargo, la transformación digital de la sociedad avanza a grandes zancadas y a menudo no tiene en cuenta a quien no le puede seguir el ritmo.
LA BUROCRACIA SOBREPASA De hecho, «el 80% de las personas jubiladas se sienten perdidas o solas cuando deben enfrentarse a un trámite digital», afirma Lucía Velasco, economista. Los principales escollos: acceder a la administración y a los bancos digitalizados, dos aspectos –la salud y la pensión– nucleares en sus vidas. La experta señala que este «quedar atrás» supone ver mermado el ejercicio de sus derechos. «Les causa una sensación de aislamiento, de exclusión, se sienten torpes, entran en bucles de frustración. Y al final, esta brecha genera más dependencia». Según Velasco, los procesos intermediados por la tecnología acaban generando brechas digitales entre los que pueden utilizarlos y los que no. «Los mayores de 65 años entran en la categoría de los que peor lo pasan: no significa que rechacen la transición digital, sino que esta no está pensada para ellos».