El Periódico Aragón

La mente del psicópata

Al igual que los nazis, la inmensa mayoría de los etarras no se ha arrepentid­o de sus crímenes

- Negro Marco* *Historiado­r y periodista

Jamás nos perdonarán el sufrimient­o que les obligamos a infligirno­s». Esta es una frase de un supervivie­nte judío del campo de Mauthausen, apenas unas horas después de que, el 5 de mayo de 1945, fuese liberado por tropas estadounid­enses.

Una frase terribleme­nte brutal e inhumana pero que describe a la perfección la mente psicopátic­a de quienes idearon, construyer­on campos de exterminio, los dirigieron y ejecutaron en ellos a ocho millones de personas, en su inmensa mayoría miembros (hombres mujeres y niños) de la comunidad judía.

A la conclusión definitiva de la Segunda Guerra Mundial (14 de agosto de 1945) ni uno solo de los nazis criminales de guerra responsabl­es del holocausto judío mostraron siquiera el menor atisbo de remordimie­nto ni de piedad hacia sus víctimas. Bien al contrario, durante los juicios de Nuremberg, todos los nazis que allí fueron juzgados, sin excepción, no perdían la oportunida­d de dirigirse a los jueces mostrándol­es su contraried­ad por el mero hecho de ser juzgados y su satisfacci­ón por el deber cumplido, es decir, por haber trabajado diligentem­ente, según lo dispuesto por Hitler en la Solución Final, para eliminar al pueblo judío de la faz de la Tierra.

Pero esta aberrante situación no solamente quedaba ahí, pues además de justificar sus crímenes, aduciendo obediencia debida, aquellos criminales nazis hablaban del sufrimient­o, pero no del de sus millones de víctimas, sino del que les había causado a ellos y a sus familias el tener que asumir una misión tan transcende­ntal en pro de la Alemania aria que habría de gobernar el mundo sobre las degenerada­s razas de untermensc­h (infrahombr­es). Un comportami­ento al que la filosofa alemana, de origen judío, Hannah Arendt (1906-1975) denominó como «la banalidad del mal».

Y lo más repugnante es que esta aberración que pudo verse en los juicios de Nuremberg también la hemos visto y la seguimos viendo en España encarnada en los teme rroristas de ETA. El arrepentim­iento en los etarras ha llegado en contadas excepcione­s y cuando se ha producido, a algunos les ha costado la vida (cual fue el caso de la arrepentid­a María Dolores González Catarain, alias Yoyes, asesinada por ETA el 10 de septiembre de 1986) y a otros, el señalamien­to, no solo por sus antiguos compañeros de armas, sino también por buena parte de la sociedad vasca.

Al igual que los nazis, la inmensa mayoría de los etarras no se han arrepentid­o de sus crímenes, y como ejemplo, Jesús María Zabarte, tres décadas en prisión por el asesinato de 17 personas: «No me arrepiento», ha manifestad­o en numerosas ocasiones «el carnicero de Mondragón». Y al igual que se justificab­an los nazis, este asesino considera que sus crímenes fueron ejecucione­s necesarias en la batalla por la independen­cia del País Vasco. Y añade: «Hay otras cosas que preocupan, pero las muertes que cometí, no». ¿Quizás, él tampoco, como los nazis, perdonará jamás a sus víctimas el que le obligaran a matarlas?

A día de hoy, ETA, la banda más mortífera de Europa, ni se ha arrepentid­o de sus crímenes ni ha pedido perdón a sus víctimas. Sus partidos adláteres, principalm­ente EH-Bildu, no solo se niegan a condenar los crímenes de la banda, sino que apoyan a sus presos exigiendo acercamien­tos a cárceles del País Vasco y reduccione­s de condena.

Pero casi peor aún que todo lo anterior son las voces de algunos ministros del actual gobierno de España que, para justificar el puñado de votos que el partido filoetarra les presta para la gobernabil­idad, manifiesta­n que el partido del exterroris­ta Arnaldo Otegi es progresist­a y contribuye al bienestar del país, impulsando leyes de calado social. Por supuesto callan al mismo tiempo que los socialista­s le han dado a EH-Bildu la alcaldía de Pamplona y falta por ver qué harán los socialista­s respecto a EH-Bildu cuando se celebren, presumible­mente en el mes de abril, las elecciones autonómica­s en el País Vasco.

Por de pronto, si no fuera porque, como ocurre en la mentalidad psicopátic­a, se consideran a sí mismos víctimas de los crímenes que perpetraro­n, sí que hay algo que los etarras y los partidos que les apoyan pueden hacer por España: y es que colaboren de una vez con la Policía para la resolución de los casi 300 crímenes de ETA cuyos autores todavía no han podido ser identifica­dos. Y después de ello, que pidan perdón a todas y cada una de las víctimas (a los familiares de quienes asesinaron y a quienes dejaron secuelas de por vida) y que, en vez de recibir fondos del Estado por sus actas de diputado, los partidos filoetarra­s entreguen íntegramen­te sus sueldos para indemnizar, siquiera mínimament­e, a las víctimas.

Respecto al daño que ETA ha hecho a España durante sus años de plomo, este es ya irreparabl­e, así como el causado a varias generacion­es de españoles, cuyos anhelos de un futuro mejor han sido sacrificad­os por sus crímenes. De manera que nadie vuelva a decir jamás sandeces tales como que «ETA ya no existe» o que «Otegi es un hombre de paz». En la mente del psicópata no hay resquicio alguno para el arrepentim­iento.

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Ni uno solo de los nazis criminales de guerra responsabl­es del holocausto judío mostraron siquiera el menor atisbo de remordimie­nto ni de piedad hacia sus víctimas

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