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La reapertura del aula en Caneto ha supuesto un «pequeño aliento» para las familias tras más de dos meses de sobresfuerzos «Mi hijo me decía que no iba a aprender tanto»
El colegio de O Chinebro recuperó ayer la sonrisa. Más de dos meses después de la orden de cierre emitida por la DGA, las medidas cautelares aprobadas por el Tribunal Superior de Justicia de Aragón (TSJA) obligaron a reabrir el aula de Caneto con las 2,5 plazas de profesores que le corresponden. Y esa reapertura va en cursiva porque, pese a las trabas burocráticas, la escuela no ha dejado de atender a sus 21 alumnos. Aunque, eso sí, lo ha hecho de una forma imaginativa, diferente y que, sobre todo, ha necesitado de altas dosis de «autogestión».
Cristian González es el padre de dos niños escolarizados en Caneto: Gael, de tres años, e Ibai, de siete. «Nadie sabe lo que hemos llorado estas semanas», cuenta a este diario, recordando el enorme esfuerzo que han tenido que hacer las 14 familias afectadas para cubrir las necesidades educativas de sus hijos, denunciar el caso mediáticamente y, además, conciliar todo ello con sus respectivos trabajos. «No era solo dar clase a los niños para que no perdieran el ritmo, sino que había que hacer todas las labores de mantenimiento del aula», explica González, que asegura que había días que empezaban a las 6.00, cuando le tocaba ir a encender las estufas del colegio. «Luego, volvía a casa a preparar a mis hijos y los llevaba al cole, donde puede que me tocara darles clase. Mientras, además, estabas mandando correos del trabajo», narra el padre de Gael e Ibai, ingeniero de profesión.
Con todo, González reconoce que había ocasiones en las que se sentía «con falta de capacitación porque, al fin y al cabo, no soy profesor». Y es que los padres se repartían las materias en función de lo que mejor se le daba a cada uno. Por ejemplo, Alba Galdez, aparejadora y madre de Mara (cinco años) y Silvio (nueve), se ofreció a dar plástica, área en la que se sentía más cómoda, aunque admite que no es lo mismo para los niños. «Al principio, Silvio me decía que no iban a aprender tanto. Son pequeños detalles de los que los más mayores se dan cuenta», confiesa Galdez, que además incide en que sus hijos no han tenido un mes nada fácil a nivel emocional: «Lo han pasado muy mal porque echaban de menos a sus profesores. Con ellos se sentían muy seguros y eso hace que el aprendizaje sea mucho más fácil».
Por estos motivos, los padres, plenamente conscientes de la situación, intentaron adaptar «al
máximo» las estructuras que empleaban antes del cierre oficial de la escuela de Caneto. «Hubo un par de madres que se encargaron de revisar bien el currículum académico para que fuese lo más fiel posible a lo que les íbamos a enseñar», señala Galdez. Una situación que mejoró ostensiblemente cuando Nico, un profesor voluntario, se ofreció para ayudar en la
Los vecinos han sido los encargados de dar clase a sus hijos mientras conciliaban con sus trabajos