Vamos tarde y esperemos que no mal
Cuántos años llevamos conviviendo con el teléfono móvil? ¿10? ¿15? Y me refiero a una integración en la vida cotidiana como complemento indispensable, convertido en la prolongación de nuestra mano. ¿Y desde cuándo existen las redes sociales? Generaciones enteras -ya me pierdo si es la X, la Y o la Z- han nacido y crecido con los dispositivos inteligentes en forma de teléfono, tableta o reloj. Pues bien, ahora es cuando empieza a legislarse al respecto para regular su uso o, mejor dicho, su mal uso.
Huelga decir que el problema, una vez más, no es la tecnología y la infinidad de oportunidades que ofrece para facilitarnos una infinidad de tareas, sino la finalidad con la que se utiliza. Tener un móvil entre las manos puede permitirnos vernos y hablar al mismo tiempo con un amigo que vive en Nueva York, pedir cita en el médico o hacer la declaración de Hacienda, pero también hacer a alguien una foto sin su consentimiento y difundirla o enviar un mail suplantando la identidad del banco y estafar a un supuesto cliente. La maldad es tan antigua como la rueda y ejercida con las herramientas más novedosas puede resultar una combinación peligrosa, sobre todo a determinadas edades.
Hace tiempo que los críos van al centro educativo con relojes inteligentes o teléfonos móviles. De hecho, las tabletas van dentro de sus mochilas junto al estuche, los libros y el bocata. Sin embargo, no ha sido hasta este curso cuando prácticamente la mayoría de colegios e institutos han regulado su uso y la Administración se lo ha planteado. El Ministerio estudia una normativa restrictiva y el Gobierno de Aragón acaba de prohibirlo en todos los recintos escolares públicos y concertados.
La normativa llega tarde y esperemos que no lo haga mal, porque hasta llegar aquí decenas de peticiones de familias solicitando el control del uso del teléfono móvil en las aulas se han quedado por el camino. Cuántos alumnos habrán sido víctimas de fotografías y videos donde los insultan, apalean y ridiculizan; en clase, en el recreo o a la entrada o salida del colegio o el instituto. Cuántos habrán odiado las redes sociales porque con ellas las humillaciones no finalizan con el horario escolar. La frustración y el dolor duran 24 horas 7 días a la semana.
Lo mismo ocurre con la presencia de personas de relevancia pública en redes sociales, los denominados influencers. Por fin van a tener que indicar si un producto es en realidad una campaña publicitaria o si una fotografía está retocada. Francia ya está en ello, España se acaba de poner y la Unión Europea está legislando todo aquello relacionado con la inteligencia artificial.
Cuántos alumnos habrán sido víctimas de fotografías y videos donde los insultan, apalean y ridiculizan
REDACCIÓN DE EL PERIÓDICO DE ARAGÓN: