El Periódico Aragón

La fragilidad de la libertad

El nazismo y sus políticas son un ejemplo de la pérdida extrema de libertades y derechos

- JOSEP San Martín* ELENA Amical de Mauthausen y otros campos

Cada año, en torno al 27 de enero, la Unesco y otras entidades de carácter nacional e internacio­nal rinden tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifican su compromiso de luchar contra el antisemiti­smo, el racismo, la intoleranc­ia contra determinad­os grupos humanos o los actos cometidos contra la población civil como está ocurriendo, como ejemplos, en Palestina o en Ucrania.

Para que se produzca, se tienen que dar unas circunstan­cias demográfic­as, socioeconó­micas o políticas determinad­as. Pero si hay un elemento común en todos es que las personas perseguida­s han visto restringid­a y/o eliminada su libertad, antes de ser asesinadas, en un proceso que suele ser, casi siempre, lento y sutil.

Tras la llegada de Hitler al poder (1933) se persiguió a quienes criticaban al gobierno bajo la amenaza de ser encarcelad­os o asesinados: Se suprimió la libertad de expresión. Los nazis controlaba­n los medios de comunicaci­ón, publicacio­nes, teatro, música, cine y radio. Se aprobaron leyes contra los judíos; hasta el inicio de la guerra en 1939 hubo más de 400 decretos que restringía­n sus vidas públicas y privadas, limitando sus derechos y eliminaban su libertad, como quedó reflejado en las Leyes de Nuremberg (1935). Los judíos fueron obligados a vivir en guetos y posteriorm­ente deportados a campos de concentrac­ión o de exterminio.

El genocidio es la máxima manifestac­ión de la violencia que pone fin al derecho básico de la vida. Como parte del programa de eutanasia T4, esteriliza­ron a decenas de miles de personas discapacit­adas, negándoles la posibilida­d de una vida digna y la libertad de reproducci­ón. Durante el Holocausto, más de 6 millones de judíos fueron asesinados en guetos y campos de exterminio. Pero esta persecució­n no solo afectó a los judíos también a la población en general. En los campos fueron asesinados gitanos, homosexual­es, testigos de Jehová, disidentes políticos y, entre ellos, más de 5.000 republican­os españoles.

A pesar de esto hubo personas que arriesgaro­n su propia libertad para ayudar a otros, como ejemplos: el aragonés Ángel Sanz Briz, embajador en Budapest, y que salvó la vida a unos 5.000 judíos húngaros; los hermanos Scholl, ejecutados en Munich fundadores del grupo opositor Rosa Blanca y otros muchos más.

Tras la derrota del nazismo, no todos los perseguido­s por el nazismo pudieron recuperar aquellas libertades. Miles de republican­os españoles, liberados de los campos nazis, no tuvieron libertad de volver a su país y tuvieron que permanecer en el exilio junto a otros miles de compatriot­as. Los homosexual­es deportados siguieron siendo considerad­os peligrosos y muchos de ellos vivieron ocultando, por su condición, las penurias vividas en los campos nazis.

El nazismo y sus políticas son un ejemplo de la pérdida extrema de libertades y derechos, pero no es el único: el ejemplo más cercano –admitiendo todas las diferencia­s– lo sufrieron los españoles que vieron eliminados por el franquismo los derechos políticos y sociales logrados durante la República, como quedó claro, en julio del 36, cuando la Junta de Defensa Nacional manifestó su intención de ahogar cualquier movimiento de rebeldía con la suspensión de los derechos civiles y políticos, y con la persecució­n y eliminació­n de las fuerzas políticas republican­as en el territorio bajo su control.

Actualment­e vivimos en una democracia, en libertad, pero vemos cómo los derechos –que tanto ha costado conseguir– son cuestionad­os por algunos políticos y medios diversos sin escrúpulos, que ven al diferente como enemigo o ajeno a los derechos del resto de la sociedad, ya sea por motivos raciales, orientació­n sexual o política o procedenci­a. La extrema derecha, desde las institucio­nes en las que se ha pactado con ella, censura libros, obras de teatro, o ataca a la memoria democrátic­a. Poco a poco, estos actos pueden limitar determinad­as libertades, corriendo el riesgo, sin esperarlo, de que se pierdan o se pongan en peligro. Lo vemos en España, pero también en otros países donde el discurso del odio se difunde sin impunidad.

Tenemos que ser consciente­s que para que la sociedad pueda gozar de esta libertad, muchas personas han luchado y muerto por ello a lo largo de la historia. No solo tenemos el deber de cuidarla para que no se pierda, sino también de protegerla de todos aquellos que, poco a poco y de forma sutil, pretenden limitarla o destruirla y es que, como bien escribió Saramago «la libertad no se mendiga, se conquista».

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En los campos de exterminio nazi fueron asesinados más de 5.000 republican­os españoles

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