La fragilidad de la libertad
El nazismo y sus políticas son un ejemplo de la pérdida extrema de libertades y derechos
Cada año, en torno al 27 de enero, la Unesco y otras entidades de carácter nacional e internacional rinden tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifican su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo, la intolerancia contra determinados grupos humanos o los actos cometidos contra la población civil como está ocurriendo, como ejemplos, en Palestina o en Ucrania.
Para que se produzca, se tienen que dar unas circunstancias demográficas, socioeconómicas o políticas determinadas. Pero si hay un elemento común en todos es que las personas perseguidas han visto restringida y/o eliminada su libertad, antes de ser asesinadas, en un proceso que suele ser, casi siempre, lento y sutil.
Tras la llegada de Hitler al poder (1933) se persiguió a quienes criticaban al gobierno bajo la amenaza de ser encarcelados o asesinados: Se suprimió la libertad de expresión. Los nazis controlaban los medios de comunicación, publicaciones, teatro, música, cine y radio. Se aprobaron leyes contra los judíos; hasta el inicio de la guerra en 1939 hubo más de 400 decretos que restringían sus vidas públicas y privadas, limitando sus derechos y eliminaban su libertad, como quedó reflejado en las Leyes de Nuremberg (1935). Los judíos fueron obligados a vivir en guetos y posteriormente deportados a campos de concentración o de exterminio.
El genocidio es la máxima manifestación de la violencia que pone fin al derecho básico de la vida. Como parte del programa de eutanasia T4, esterilizaron a decenas de miles de personas discapacitadas, negándoles la posibilidad de una vida digna y la libertad de reproducción. Durante el Holocausto, más de 6 millones de judíos fueron asesinados en guetos y campos de exterminio. Pero esta persecución no solo afectó a los judíos también a la población en general. En los campos fueron asesinados gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, disidentes políticos y, entre ellos, más de 5.000 republicanos españoles.
A pesar de esto hubo personas que arriesgaron su propia libertad para ayudar a otros, como ejemplos: el aragonés Ángel Sanz Briz, embajador en Budapest, y que salvó la vida a unos 5.000 judíos húngaros; los hermanos Scholl, ejecutados en Munich fundadores del grupo opositor Rosa Blanca y otros muchos más.
Tras la derrota del nazismo, no todos los perseguidos por el nazismo pudieron recuperar aquellas libertades. Miles de republicanos españoles, liberados de los campos nazis, no tuvieron libertad de volver a su país y tuvieron que permanecer en el exilio junto a otros miles de compatriotas. Los homosexuales deportados siguieron siendo considerados peligrosos y muchos de ellos vivieron ocultando, por su condición, las penurias vividas en los campos nazis.
El nazismo y sus políticas son un ejemplo de la pérdida extrema de libertades y derechos, pero no es el único: el ejemplo más cercano –admitiendo todas las diferencias– lo sufrieron los españoles que vieron eliminados por el franquismo los derechos políticos y sociales logrados durante la República, como quedó claro, en julio del 36, cuando la Junta de Defensa Nacional manifestó su intención de ahogar cualquier movimiento de rebeldía con la suspensión de los derechos civiles y políticos, y con la persecución y eliminación de las fuerzas políticas republicanas en el territorio bajo su control.
Actualmente vivimos en una democracia, en libertad, pero vemos cómo los derechos –que tanto ha costado conseguir– son cuestionados por algunos políticos y medios diversos sin escrúpulos, que ven al diferente como enemigo o ajeno a los derechos del resto de la sociedad, ya sea por motivos raciales, orientación sexual o política o procedencia. La extrema derecha, desde las instituciones en las que se ha pactado con ella, censura libros, obras de teatro, o ataca a la memoria democrática. Poco a poco, estos actos pueden limitar determinadas libertades, corriendo el riesgo, sin esperarlo, de que se pierdan o se pongan en peligro. Lo vemos en España, pero también en otros países donde el discurso del odio se difunde sin impunidad.
Tenemos que ser conscientes que para que la sociedad pueda gozar de esta libertad, muchas personas han luchado y muerto por ello a lo largo de la historia. No solo tenemos el deber de cuidarla para que no se pierda, sino también de protegerla de todos aquellos que, poco a poco y de forma sutil, pretenden limitarla o destruirla y es que, como bien escribió Saramago «la libertad no se mendiga, se conquista».
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En los campos de exterminio nazi fueron asesinados más de 5.000 republicanos españoles