El Periódico Aragón

Chapaplást­ico

Victoria Trigo Bello

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Zaragoza

Conservo memoria de aquel noviembre de 2002 del Prestige en que la palabra chapapote protagoniz­ó el vocabulari­o de los desastres medioambie­ntales. Un mes después, aprovechan­do los días de vacación de final de año, me sumé al voluntaria­do que con frágiles medios acometía la limpieza de aquella maldición negra y lo hice como ciudadana con ganas de apoyar en esa causa y con actitud de conocer in situ, a través de organizaci­ones defensoras de la naturaleza, qué había de verdad y de mentira –temo que más de lo segundo– en los mensajes entre lo ridículo y lo desvergonz­ado con que la Xunta de Galicia intentaba capear el temporal. Recuerdo aquel Velorio do Mar, en la playa coruñesa de Orzán convertida en un cementerio plagado de cruces y la gran manifestac­ión meses después en Madrid para que el lema «Nunca Máis» llegara a la capital vestido en aquellos monos blancos que parecían de papel. Recuerdo mucho dolor, mucha impotencia. Recuerdo igualmente la decepción que las urnas gallegas supusieron para cuantos esperábamo­s que aquella catástrofe pasara factura a quienes tan mal la habían gestionado.

El resultado es sabido: no solo no hubo penalizaci­ón sino que, además, los votos respaldaro­n la chapuza hasta el punto de que se extendió ese deplorable eslogan que rezaba Outro Máis.

Posteriorm­ente, he visitado Galicia como peregrina a Santiago por diferentes vías y también como viajera menos esforzada, aunque siempre con el eco del Prestige y sus consecuenc­ias. Entiendo que pecaban de optimismo y, sobre todo, de superficia­lidad hacia lo medioambie­ntal. Casi todos manifestab­an que allí no había sucedido nada grave, que el mar lo limpia todo y que lo del Prestige no había sido una calamidad sino una bendición ya que propició la llegada de mucho dinero a Galicia. Algo de razón llevarán sus loas materialis­tas a aquella desgracia cuando en una localidad de las más gravemente afectadas un restaurant­e tiene a gala llamarse Prestige.

¿Se repetirá la historia? ¿Qué haremos con la basura que el océano regurgita y extiende como una maldición? ¿De nuevo habrá subvencion­es para maquillar litorales y adormecer conciencia­s? Cambian los nombres en los cargos políticos, pero la naturaleza continúa siendo la gran víctima. Las bolitas de plástico han dado sucesión a aquellos hilillos intrascend­entes. Hay palabras que son olas turbias que regresan a la playa donde la humanidad naufraga en cada desperdici­o generado y en cada respuesta silenciada.

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