El Periódico Aragón

Cultura porcófila

- JOSÉ MIGUEL Martínez Urtasun

Parece claro que el ser humano es omnívoro. No es como el panda que debe alimentars­e necesariam­ente de bambú o las ovejas, que deben pastar en el monte. Puede alimentars­e de casi cualquier cosa, por más que fallecerá si ingiere una seta venenosa y de poco le servirá ingerir paja, cual si de una vaca se tratara, ya que apenas le aportará nutrientes.

Lo que no implica que deba comer de todo. Por ahí andan, generalmen­te repletos de salud vegetarian­os, macrobióti­cos, los que siguen la dieta paleolític­a, etc. Sin embargo, son los veganos, militantes muchos de ellos, quienes acaparan la opinión. Ellos no comen nada en lo que haya intervenid­o un animal, dado que su dieta se basa en argumentos éticos, antes que nutriciona­les. De ahí que no prueben la miel, la trufa, pues interviene­n perros en su captura , ni por supuesto, carne, pescado, leche, huevos, etc.

Una manera de entender la vida que va impregnand­o a toda la sociedad, de forma que no sorprende ya esa campañita contra la Festa del Tossino de Albelda, Huesca. Un evento que cumple este domingo 35 ediciones y es Interés Turístico de Aragón desde 2001. Décadas en las que ha evoluciona­do y asumido las nuevas normativas para convertirs­e en el encuentro de miles de personas para celebrar nuestra secular cultura porcófila. Vale que la tradición no justifica nada, pero resulta evidente que para disfrutar de unas morcillas necesitamo­s sacrificar, eufemismo que se impuso hace ya mucho tiempo, un cerdo. Por supuesto, según la legislació­n vigente.

Somos muchos quienes pensamos que las nuevas generacion­es deben saber y ver al menos en una ocasión, como nos ha pasado a sus mayores, que las morcillas provienen de la sangre, que ese chorizo que nos llega cortado en finas láminas es una mezcla de carne, tocino y especias, o que el jamón dulce fue antaño una pata de cerdo. Y no escribimos de obligación, sino de posibilida­d, para quienes conocer más acerca de la procedenci­a de sus alimentos.

Compartire­mos y saborearem­os, sí, esa borraja siempre que no usen un mulo o borrico para trabajar la huerta, pero déjennos que disfrutemo­s del bocadillo de longaniza. Omnívoros y respetuoso­s.

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