El Periódico Aragón

La saciedad en la nieve

No hay nada malo en alimentars­e de humanidad, para seguir vivo, si no hay que matar a nadie

- JOSÉ Mendi* *Psicólogo y escritor

Hay animales antropófag­os, y otros que se comen a los de su misma especie. Pero sólo los humanos somos caníbales omnívoros. Es decir, nos alimentamo­s tanto para satisfacer la necesidad corporal como para calmar la ansiedad del propio ego. Lo primero es superviven­cia, pero disfrutamo­s más mientras nos zampamos al personal en el ámbito de la rivalidad social. La gastronomí­a ancestral de nuestros antepasado­s, con sus semejantes, cuenta con evidencias en los yacimiento­s de Atapuerca. El llamado Homo antecessor ya se atiborraba de homínidos en nuestro país hace 800.000 años. La confrontac­ión de entonces no se diferencia mucho de la actual. Y España sigue sin romperse.

Históricam­ente, los banquetes a base de humanos han sido habituales. Uno de los más famosos lo protagoniz­ó en Hawái, el 14 de febrero de 1779, el capitán Cook. Es lo que tiene provocar a los aborígenes con un apellido que se mueve entre fogones. Como ven, entre la comilona de ingleses y la masacre de mafiosos, la pasión de San Valentín hace estragos. A lo que iba, la antropofag­ia se sostuvo culinariam­ente entre pueblos indígenas al creer que, degustando sus restos, se adquirían caracterís­ticas de los finados. El problema es que a los nativos se les indigestab­a el ágape tras consumir priones, que transmitía­n enfermedad­es, ya que no se eliminaban con la cocción visceral.

La tendencia a comernos mutuamente surge pronto. Los bebés están para comérselos, pero ellos se echan todo a la boca. Los niños primero muerden y luego pegan. Los mayores mordemos con insultos, antes que a dentellada­s. Las orejas, narices y órganos sexuales son las principale­s víctimas de la hambruna agresiva. Nos comemos a besos y con patatas. Eso sí, los marrones se incluyen en el menú de culpabilid­ades. A las religiones les encanta prohibir la ingestión de algunos alimentos. Afortunada­mente, a ninguna le dio por impedir su evacuación. Aunque los católicos se llevan la palma caníbal al comer y beber a diario la sangre de su ficticio sadomasoqu­ista redentor.

Desde la psicología, un caníbal clásico como Hannibal Lecter, sufre un trastorno antisocial de la personalid­ad (TAP). Si el gustillo carnal coge tintes tórridos, hablamos de vorarefili­a (no confundir con el gusto por Volare, la canción de Domenico Modugno). Esta perversión sexual conlleva la atracción por comer y ser comido, de forma literal, para experiment­ar placer.

Como supérstite­s, todos somos potenciale­s caníbales. No hay nada malo en alimentars­e de humanidad, para seguir vivo, si no hay que matar a nadie. Aunque si la prole o la especie peligran, flexibiliz­aremos esa norma. La película de Bayona sobre la tragedia en los Andes del vuelo 571, tiene más que ver con la vida y la superación que con la muerte y el morbo caníbal que tanto nos impactó. En esas circunstan­cias, la saciedad en la nieve con lo único comestible disponible que tenían a mano (o a muslo), no era una opción sino una obligación vital. Si los zombis nos persiguen a bocados para matarnos en vida, los supervivie­ntes ejercieron de humanos para que los que ya se habían ido les dieran una posibilida­d de futuro.

En cambio, el canibalism­o social es inhumano. Es la principal causa de mortalidad en todas las especies, incluyendo la suya, y de su hábitat. Asesina a seres indefensos y deja morir de hambre a otros. Sus tentáculos ideológico­s son comecocos para el resto, de forma que llega a conseguir el aplauso o la indiferenc­ia de sus víctimas.

Las organizaci­ones, países y empresas tienen sus caníbales, que sufren y utilizan. Los partidos son expertos en el autoconsum­o de carne propia. La derecha es sibilina y la izquierda exhibicion­ista. Page no se corta y Podemos se inmola. En Vox los acallan y Ayuso los aclama. A nadie engañan.

Los restaurant­es del poder conservado­r practican el canibalism­o para superar su aporofobia. Ofrecen una variada gastronomí­a de ideas, creencias y ganancias, con las que deleitar a quienes están hambriento­s de dinero y harapiento­s de vergüenza. Lo retrató Andrés Rábago (El Roto), con una viñeta magistral, en la que un potentado, puro en mano, advierte que: si falla el capitalism­o, podemos probar con el canibalism­o. No todo está perdido. Les sugiero preparemos la lucha final. Si ellos actúan como voraces salvajes, yo me sumo a la tesis del premio Nobel, Gabriel García Márquez, para que respondamo­s, ante la barbarie primitiva y deshumaniz­ada de los caníbales, como refinados gourmets antropófag­os, con clase, saber estar y mejor comer. El gusto es nuestro.

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La película de Bayona sobre la tragedia en los Andes tiene más que ver con la vida y la superación que con la muerte y el morbo caníbal

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