El Periódico Aragón

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- SERGIO Martínez Gil HISTORIADO­R Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN &M DJFOUÍGJDP BSBHPOÉT DVNQMJÒ FO $VCB QBSUF EF TV TFSWJDJP NJMJUBS

En la noche del 9 al 10 de octubre del año 1868 se produjo el llamado Grito de Yara, que marcó el inicio de la Guerra de los Diez Años o Guerra Grande de Cuba, y que se alargó entre ese año hasta final en 1878. Por entonces, Cuba era parte integrante de España y, tras haber perdido en las primeras décadas de ese siglo XIX la mayor parte de su antiguo imperio, la isla caribeña era la joya de la corona de los territorio­s de ultramar que todavía tenía la metrópoli española. Una isla que era vista con ojos golosos por los cercanos Estados Unidos, aunque de momento todavía tendrían que esperar para intervenir, pues todavía se estaban recuperand­o de las secuelas de la Guerra de Secesión (18611865).

Comenzaba así la primera guerra de independen­cia de una

Cuba donde todavía seguía existiendo la esclavitud en los grandes latifundio­s y plantacion­es de caña de azúcar. Mientras tanto, en la España peninsular no corrían tiempos más tranquilos, pues apenas diez días antes del inicio de la guerra cubana había triunfado la Revolución Gloriosa provocando que la reina Isabel II de Borbón se marchara al exilio el 30 de septiembre. En los años siguientes vendrían la elección de un nuevo monarca por las Cortes constituye­ntes como fue el italiano Amadeo de Saboya, su abdicación, la proclamaci­ón de la Primera República, el inicio de una nueva guerra carlista y las insurrecci­ones cantonales.

En este complejo contexto iniciamos este pequeño apartado de la historia de Santiago Ramón y Cajal, quien en el año 1906 consiguió el Premio Nobel de Medicina por sus estudios sobre las neuronas, siendo todavía hoy considerad­o como uno de los padres de la neurología a nivel mundial. Pero eso todavía le quedaba lejos a un joven Santiago, polifa

cético, de una gran fortaleza física y al que le encantaba hacer deporte. En el año 1870 toda su familia y él se trasladaro­n a la ciudad de Zaragoza donde comenzó sus estudios de Medicina en la universida­d zaragozana, licenciánd­ose con éxito en junio del año 1873, prácticame­nte recién estrenada la efímera Primera República Española. En ese momento contaba con 21 años, y justo en ese momento fue llamado a filas para realizar el servicio militar obligatori­o en lo que se conoció como la Quinta de Castelar haciendo referencia a Emilio Castelar, el por entonces presidente de la República.

A pesar de la impopulari­dad

de este servicio obligatori­o y de que su abolición era una de las mayores reclamacio­nes de los españoles en aquellos años, Castelar tuvo que echar mano a un llamamient­o a filas extraordin­ario dada la situación política y bélica del momento. A las ya mencionada­s guerras de Cuba y rebelión carlista, se unía ese verano la proclamaci­ón de varios cantones y su enfrentami­ento al gobierno central.

Los primeros meses de Ramón y Cajal realizando el servicio militar los pasó en la misma Zaragoza, donde aprovechó para presentars­e a una oposición del Cuerpo de Sanidad Militar en la que habían sacado 32 plazas y obtuvo la 6ª posición entre los 100 candidatos que se presentaro­n. Gracias a ello fue nombrado médico segundo y oficial, siendo destinado al regimiento de Burgos que, en ese momento, se encontraba acuartelad­o en Lérida para defender los Llanos de Urgel de los ataques carlistas. Tras pasar allí unos meses, llegó el año 1874 y Ramón y Cajal fue entonces destinado a Cuba alcanzando el grado de capitán. Su padre, el también médico Justo Ramón Casasús, le había conseguido varias cartas de recomendac­ión con el objetivo de que su hijo pudiera obtener un mejor destino en aquella lejana guerra, pero Santiago rehusó utilizar aquellas influencia­s y, a pesar de su grado de capitán, recibió uno de los peores destinos de la isla. Tuvo que abandonar la ciudad de La Habana para marchar a la enfermería de Vistahermo­sa en la provincia de Camagüey, una región pantanosa y llena de mosquitos que estaba haciendo, junto al clima tropical, verdaderos estragos entre la tropa española que sufría más bajas por enfermedad­es como el paludismo que por la propia guerra.

Allí tuvo que enfrentars­e también a la corrupción que aquejaba a los mandos y a las administra­ciones civil y militar, que aprovechab­an su posición para quedarse con comida y suministro­s que luego revendían mientras los soldados y enfermos carecían de todo ello. Al final, el propio Santiago acabó enfermo siendo diagnostic­ado en 1875 de caquexia palúdica grave, por lo que fue declarado como no apto para el servicio militar y regresó a España a mediados de ese mismo año. Aún tuvo que sobornar a su vuelta a un funcionari­o para que agilizara los trámites para conseguir que se le pagaran las pagas atrasadas por su servicio militar. Unas pagas con las que financió la compra de un microscopi­o, un microtomo, reactivos químicos y colorantes con los que habilitó su propio, aunque modesto laboratori­o, iniciando el camino de sus investigac­iones de las neuronas y al Premio Nobel.

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Retrato de Santiago Ramón y Cajal de Joaquín Sorolla (1906). Museo Provincial de Zaragoza.
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