La sequía no es agua pasada
Aragón, al igual que Cataluña y otras comunidades autónomas en España, en el último año ha sufrido una grave escasez de lluvias y las consecuencias de una dura sequía que vació sus embalses y le abocó a aplicar restricciones en el consumo, y sobre todo en el riego de los cultivos, que ahora parecen agua pasada, pero que siguen ahí muy presentes. Las precipitaciones de los últimos meses le han cambiado la cara a la margen izquierda del Ebro pero sigue preocupando. Y mientras se repone el campo del mordisco sufrido en su producción, reduciendo a la mitad la misma, tiene que asistir al enésimo debate sobre un posible trasvase.
Esta vez lo pide Cataluña, a la que le han salido aliados en otros territorios que en el pasado dieron batalla con ello como Murcia, ahora apoyada por Andalucía.
Por una falta de agua que va a provocar que pronto la Generalitat declare el estado de emergencia en el área de Barcelona y en el conjunto del sistema de abastecimiento Ter-Llobregat, y se activen las restricciones correspondientes. Pero eso no convierte a la cuenca en Aragón en excedentaria, que siempre es la imagen que al litoral levantino le ha interesado dibujar para reclamar un trasvase del Ebro para sus tierras.
La sequía es un problema con sus propias especificidades. La abundancia o escasez de lluvia no depende de las administraciones, que tampoco pueden prever con exactitud cuándo va a presentarse una época de sequía. Si esto ya era así con anterioridad, el cambio climático no ha hecho más que agravar la cuestión. La alteración del clima, pese a ser una circunstancia global, se manifiesta de forma distinta en cada región geográfica. Y también se ha constatado que las afecciones a esos mismos territorios es cambiante y mientras unos sufren una desesperante escasez de agua, en otros no tienen este problema. En el caso de Cataluña, el ahorro, junto al abastecimiento de agua regenerada y desalinizada, ha permitido evitar hasta hoy las restricciones que acompañarán a la emergencia. Pero la entrada en esa fase supondrá la imposición de medidas de ahorro que van a afectar a la mayor parte de la población catalana. Entre ellas, las bajadas de presión del grifo, limitaciones al riego y al llenado de piscinas, o la reducción drástica de los caudales ambientales de los ríos (el agua que garantiza el mantenimiento del ecosistema).
En Cataluña hace mucho tiempo que se venía anunciando que podían llegar al trance actual, y dado que habían sufrido otros episodios graves de sequía en el pasado, es del todo apropiado preguntarse por lo que han hecho la Generalitat y los ayuntamientos catalanes para sortear lo mejor posible la situación a la que se ven abocados ahora. Si repasamos la actuación de unos y otros, llegamos a la conclusión de que, si bien se han tomado numerosas iniciativas, a veces anticipándose incluso, otras veces se ha caído, como señala la oposición al gobierno de la Generalitat, en las dilaciones y la falta de acción, posiblemente confiando en que la bajísima pluviometría no iba a ser tan persistente como efectivamente ha resultado.
Las medidas que deberían haberse tomado y no se han tomado todavía, o van con retraso, tienen que ver sobre todo con las inversiones y las infraestructuras. Y la política en democracia suele adolecer de este defecto. Los responsables políticos se focalizan en el corto plazo, mientras tienden a relegar la prevención de los problemas que puedan surgir en el medio y largo plazo. Pero luego la culpa no puede ser de quien se niegue a poner una tubería en el Ebro.