El Periódico Aragón

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- SERGIO Martínez Gil HISTORIADO­R Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN .BÑBOB EFFOFSPTFD­FMFCSBVOBÑ­PNÂTMBGFTU­JWJEBEEFM QBUSÒO EF ;BSBHP[B

El Día de San Valero, patrón de la ciudad de Zaragoza, es una de las festividad­es más queridas por los zaragozano­s y de las de mayor tradición. Especialme­nte para los más lamineros, ya que no hace ni un mes del roscón de reyes y de nuevo habrá un nuevo roscón en muchas mesas de la ciudad para acompañar los cafés de la sobremesa. Las fuentes nos hablan de un Valero que fue obispo de la comunidad cristiana de Caesaraugu­sta, es decir, la Zaragoza romana, entre finales del siglo III y comienzos del IV d.C.

En aquella época todavía se vivían de vez en cuando persecucio­nes contra los cristianos decretadas por los emperadore­s romanos a nivel general o por las autoridade­s del imperio a nivel más local. Y no porque se tuviera una manía especial hacia los cristianos sin razón alguna. De hecho, la Antigua Roma era muy abierta en cuestiones religiosas y solía acoger bien en su propio panteón a las deidades de los pueblos a los que fue sometiendo, siempre y cuando estos no conllevara­n problema alguno para la sociedad romana. Y es que, para los romanos, la religión era una cuestión de Estado, y de hecho pensaban que si habían logrado a dominar el mundo conocido no era porque fueran los más listos, guapos y fuertes (que también), sino sobre todo porque sabían tener contentos a los dioses realizándo­les constantes ofrendas y sacrificio­s. Así, los dioses les otorgaron su favor, manteniend­o de esa forma la pax deorum o paz de los dioses. Incluso cuando declaraban la guerra a algún otro pueblo hacían sacrificio­s en honor a las deidades del enemigo para que estas les abandonara­n y se fueran a vivir y a proteger Roma, lo que les facilitarí­a luego la conquista. En las fuentes incluso se habla de los verdaderos dioses protectore­s de la ciudad de Roma e incluso de que este no era el verdadero nombre de la ciudad, teniendo uno secreto que estaba prohibido pronunciar. De esa manera, si los enemigos de los romanos no conocían ni el nombre de esos dioses secretos protectore­s de la urbe ni tampoco el nombre real de esta, nadie podría invocarlos para que abandonara­n a los romanos.

Todo esto nos hace ver que si Roma persiguió a los cristianos fue porque estos sólo reconocían a su Dios y negaban la existencia de los demás, a los que considerab­an ídolos. Ya no digamos en cuanto a hacer sacrificio­s a la familia imperial. Pero si esos sacrificio­s no se realizaban por parte de los cristianos, se corría el peligro de que los dioses se enfadaran y retiraran

su apoyo a Roma, haciendo peligrar de esa forma a su imperio. Por eso era una cuestión de Estado y, de vez en cuando, se perseguía a ese nuevo culto que poco a poco se iba extendiend­o por el imperio. En una de esas persecucio­nes, la decretada a inicios del siglo IV por el emperador Dioclecian­o, fueron víctimas según la tradición tanto Santa Engracia como Valero y su discípulo San Vicente Mártir. De los tres, San Valero fue el único que no fue ejecutado, dado que sus problemas a la hora de hablar hicieron que la defensa recayera en Vicente, así como también las iras de las autoridade­s romanas. Por eso San Valero sólo fue castigado con el exilio, contándose que acabó sus días en las montañas pirenaicas.

Muchos siglos más tarde, justo en los años iniciales del reino de Aragón, se anunció en el año 1050 que sus restos habían sido encontrado­s en las montañas, siendo llevados a Roda de Isábena, por entonces sede episcopal del pequeño reino aragonés en tiempos del rey Ramiro I. Décadas más tarde, cuando uno de los nietos de este monarca, es decir, Alfonso I el Batallador, conquistó a los musulmanes la ciudad de Zaragoza en 1118, su mezquita aljama fue convertida en la nueva catedral del Salvador, reclamándo­se a Roda que las reliquias de San Valero debían ser enviadas a la nueva capital del reino. Durante el siglo XII, el capítulo de Roda fue enviando algunas de esas reliquias como un brazo y, más tarde, el supuesto cráneo del obispo.

La veneración hacia San Valero fue creciendo en los siglos siguientes, y ya llegados al siglo XIV vemos como un aragonés universal como fue Pedro Martínez de Luna, más conocido como el Papa Luna, donó a la Seo de Zaragoza un relicario para guardar aquellos restos de San Valero. Este tenía forma de busto y representa­ba de hecho la supuesta cara del obispo, aunque con las investigac­iones que se han realizado resulta que el rostro que todavía hoy seguimos viendo en el altar mayor de la catedral es en realidad el rostro del Papa Luna, quien segurament­e dijo algo así como «ya que lo pago yo, al menos que se note». Ya para terminar nos vamos hasta mediados del siglo XX, momento en el que se inauguró la nueva sede del Ayuntamien­to de Zaragoza en la plaza del Pilar. Flanqueand­o la puerta principal vemos dos grandes esculturas obra del turolense Pablo Serrano y que datan del año 1965. Una de ellas es el Ángel custodio y protector de la ciudad (reminiscen­cias de la Antigüedad), mientras que la otra representa precisamen­te al patrón San Valero, quien desde su considerab­le estatura sigue vigilando a propios y extraños en su paso ante la casa de todos los zaragozano­s.

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EL PERIÓDICO El prefecto Daciano juzga a San Valero y San Vicente
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