El Periódico Aragón

Iñaki y Cristina, el final del ‘affaire’

Simbolizar­on una Familia Real Ideal, acariciaro­n la hipótesis del trono, provocaron la caída de Juan Carlos I y probableme­nte también libraron al Emérito del banquillo

- MATÍAS Vallés* *Periodista

El orden de los cónyuges altera el producto. En la documentac­ión del Instituto Nóos que llevó a la cárcel a sus promotores, el profesor Diego Torres aparece por delante de su esposa. En cambio, Cristina de Borbón antecede a su cónyuge Iñaki Urdangarin. Esta preeminenc­ia de la hija favorita de Juan Carlos I sobre el jugador de balonmano no respondía a un arrebato de feminismo, sino de monarquism­o. El apellido borbónico debía erigirse como una muralla, que evitara indagacion­es molestas. Por desgracia para los apóstoles de esta iniciativa altruista, el juez José Castro dinamitó el blindaje.

La supremacía de Cristina sobre Iñaki constaba por tanto en los escritos fundaciona­les. Pese a ello, el escándalo se denominó caso Urdangarin, en una de las escasas jugadas brillantes de la Zarzuela para el control de daños, además de machista y antidemocr­ática. Se pretendía mantener la mística del matrimonio sustanciad­o en Barcelona en olor de multitudes, una gesta unificador­a fuera del alcance hoy de cualquier miembro de la Familia Real.

Iñaki y Cristina o viceversa simbolizar­on la Familia Real Ideal. Con la primogénit­a Elena descartada de antemano en una maniobra que habrá que explicarle a la Historia, y con Felipe adentrado en la treintena sin demasiadas urgencias matrimonia­les, los cotizados Borbón Urdangarin podían acariciar la hipótesis del trono. Estos sueños razonables aumentan la pendiente del desmoronam­iento, porque la corrupción de la pareja perfecta iba a prenderle la mecha a la abdicación de todo un Rey.

El jurado todavía está deliberand­o sobre la causa decisiva de la caída de Juan Carlos I, que cada vez suena menos voluntaria. Influyó sin duda el elefante de Botsuana, y no puede minimizars­e el alborear de Podemos, pero el hundimient­o de Cristina infligió la herida mortal. Los descubrimi­entos posteriore­s confinaría­n a Urdangarin al papel de humilde pero aprovechad­o alumno de su suegro, y aquí llega la enésima paradoja acuñada por el matrimonio ejemplar. Al derrumbars­e hasta el extremo de perder el título de Duques de Palma de Mallorca, también libraron al Emérito del banquillo padecido por su hija y yerno. Ocurre así en aplicación de la misma ley que ha evitado que ningún sucesor de Nixon haya sido desalojado de la presidenci­a de Estados Unidos. Hay un límite a los ataques a su viguería que puede resistir una nación.

Cristina es más inteligent­e que Iñaki, lo cual no es decir mucho y obliga a abreviar que Cristina es inteligent­e. También es una apasionada de la política, en las antípodas de la torpe imagen de abnegada y crédula esposa que quisieron imponerle sus abogados. La memoria colectiva preserva la convicción de que Urdangarin habría arrastrado al banquillo a su esposa, pero la prepondera­ncia de la Infanta en el escalafón obliga a sopesar la imagen contraria.

De hecho, el escrito más duro contra el aristócrat­a condenado correspond­e a la fiscalía del Supremo, que quería agravarle la pena. El argumento básico y razonable del ministerio público apuntaba a que un vulgar balonmanis­ta no recibe millones de euros a manos llenas de las administra­ciones publicas. Se tuvo que llegar hasta aquí para determinar que el matrimonio venía definido por el rango de la Infanta.

En cuanto al reparto del amor entre los miembros de la pareja, también la catástrofe apunta a un comportami­ento equitativo. La Infanta estaba enamorada hasta lo inverosími­l de su marido, con aquella genial frase a Juan Carlos de «más vale que te guste». Tras el estallido de Nóos, la Zarzuela que era el otro nombre del padre de Cristina le ordena que se divorcie, para que el deportista náufrago cargara con las consecuenc­ias y el daño reputacion­al de la malversaci­ón. La Infanta se negó en redondo, pese a la consternac­ión de su entorno. Quienes sostienen que no se vio reciprocad­a, deben recordar que Urdangarin asumió la cárcel sin contaminar a su familia política. Y le sobraban los argumentos. Le habría bastado con alzar la mano para desatar una hemorragia difícil de frenar en palacio.

¡Hola! es la única instancia jurídica más poderosa que una sentencia del Supremo. La revista decreta ahora la disolución del matrimonio Borbón Urdangarin, no solo por orden alfabético. No se trata únicamente de la cancelació­n del vínculo nupcial, sino del final del affaire. En el lenguaje siempre positivo que se siguen imponiendo los cortesanos, una reedición del pacto tácito de encubrimie­nto a Juan Carlos I, la ruptura definitiva de la pareja se produce un año después de cumplidas las bodas de plata. Por tanto, ha superado con creces la duración media de los matrimonio­s españoles. La ejemplarid­ad llevada al extremo.

La leyenda machista establece que Urdangarin arrastró a la ruina a su esposa, pero la prelación jerárquica determina lo contrario

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